Lunes noche. Las pantallas gigantes de las fachadas de Callao proyectan una cuenta atrás. Tic. Tac. Tic. Tac. El cruce entre Gran Vía y Preciados empieza a colapsar. La culpable: Rosalía, que ha ido sembrando pistas de que algo va a ocurrir. En sus redes, se ha visto cómo se maquillaba, cómo conducía un coche con cigarro en mano (imprudencia que hizo que le cortaran el vídeo), cómo iba de camino hacia algún lugar. Y parecía que el lugar era el Times Square español. La imaginación social se hacía grande. El boca a boca corría por WhatsApps, stories de Instagram y otras aplicaciones.
Como una neoflautista de Hamelín, la gente sedienta de acontecimientos se empezó a movilizar tras sus pasos. Y con sus móviles grababan las pantallas con los minutos que quedaban. La pregunta era qué esperaban. Nadie lo sabía exactamente. Pero daba igual, estamos en la era en la que necesitamos sentirnos protagonistas en primera persona de la historia y grabarla con nuestro propio móvil para decir “yo estuve allí”. Qué nervios. ¿Será un concierto sorpresa?
El epicentro de la Gran Vía ya estaba atascado. Y los presentes empezaron a corear al unísono los segundos que faltaban: ¡5, 4, 3, 2, 1…! Pero, entonces, solo salió una foto ya vista de la portada del nuevo disco de Rosalía. Ella, monja. Y, probablemente, ella riéndose a carcajada limpia resguardada en el hotel de al lado, al que había llegado corriendo como la novia que ha dejado a un amor tirado en el altar.
Los neones de colores del anuncio más mítico de la ciudad iluminan el percal. Abajo, la emoción de la espera se ha convertido en el meme de María Patiño leyendo una ristra de insultos. Están indignados, pues sienten que han sido engañados. La decepción se apodera de sus rostros y, por supuesto, la retransmiten desde sus perfiles en redes. Sentimiento que también se transforma en automática publicidad gratis para la propia Rosalía.
Porque habitamos en la sociedad abreviada en vídeos cortos de TikTok, en donde miramos más el grito histérico y nos perdemos los argumentos sosegados. Así el equipo de Rosalía no se ha conformado con anunciar el disco sin más y se ha sacado de la manga una experiencia inmersiva que han hecho los propios ciudadanos al montarse en su cabeza una película de lo que podía suceder. Solo se ha tenido que poner una zanahoria en las redes sociales y la ambición de Madrid se la ha zampado sin tiempo para pensárselo.
La gente corriendo de un lado para otro intentando ver a su ídolo es un caos que dice más de cómo picamos los anzuelos que de la propia Rosalía. Aunque, como ella misma dijo hace tiempo en otro vídeo promocional, “Todo el mundo tiene miedo a equivocarse, pero, siendo honesta, yo estoy lista para fallar”. Una actitud que en el mundo del entretenimiento le hace todopoderosa, pues representa el “hemos venido a jugar”. Y jugando ha empezado Rosalía la campaña de marketing de su disco. Ha jugado al escondite con fans y curiosos para que ellos sean protagonistas sin saberlo del mejor anuncio: plasmar el delirio colectivo que pone en el centro del interés social la espera de su nuevo trabajo, Lux, que llega el 7 de noviembre y que todavía no estaba en la conversación pública. El performance solo aportó a los asistentes una foto ya vista, pero ha estado planificado con un zafarrancho de ingredientes para llenar de titulares los Telediarios y el resto de medios de comunicación: la excitación del suspense, la polémica de la decepción y la expresividad de un Madrid muy Madrid congregado en busca de Rosalía. Y se encontró con lo que hace todavía más grandes a las artistas: el misterio. La magia de estar. Hasta cuando ni siquiera se te ve.
El misterio como todopoderosa herramienta artística.
Lunes noche. Las pantallas gigantes de las fachadas de Callao proyectan una cuenta atrás. Tic. Tac. Tic. Tac. El cruce entre Gran Vía y Preciados empieza a colapsar. La culpable: Rosalía, que ha ido sembrando pistas de que algo va a ocurrir. En sus redes, se ha visto cómo se maquillaba, cómo conducía un coche con cigarro en mano (imprudencia que hizo que le cortaran el vídeo), cómo iba de camino hacia algún lugar. Y parecía que el lugar era el Times Square español. La imaginación social se hacía grande. El boca a boca corría por WhatsApps, stories de Instagram y otras aplicaciones.
Como una neoflautista de Hamelín, la gente sedienta de acontecimientos se empezó a movilizar tras sus pasos. Y con sus móviles grababan las pantallas con los minutos que quedaban. La pregunta era qué esperaban. Nadie lo sabía exactamente. Pero daba igual, estamos en la era en la que necesitamos sentirnos protagonistas en primera persona de la historia y grabarla con nuestro propio móvil para decir “yo estuve allí”. Qué nervios. ¿Será un concierto sorpresa?
El epicentro de la Gran Vía ya estaba atascado. Y los presentes empezaron a corear al unísono los segundos que faltaban: ¡5, 4, 3, 2, 1…! Pero, entonces, solo salió una foto ya vista de la portada del nuevo disco de Rosalía. Ella, monja. Y, probablemente, ella riéndose a carcajada limpia resguardada en el hotel de al lado, al que había llegado corriendo como la novia que ha dejado a un amor tirado en el altar.
Los neones de colores del anuncio más mítico de la ciudad iluminan el percal. Abajo, la emoción de la espera se ha convertido en el meme de María Patiño leyendo una ristra de insultos. Están indignados, pues sienten que han sido engañados. La decepción se apodera de sus rostros. Sentimiento que también se transforma en automática publicidad gratis para la propia Rosalía.
Porque habitamos en la sociedad abreviada en vídeos cortos de TikTok, en donde miramos más el grito histérico y nos perdemos los argumentos sosegados. Así el equipo de Rosalía no se ha conformado con anunciar el disco sin más y se ha sacado de la manga una experiencia inmersiva que han hecho los propios ciudadanos al montarse en su cabeza una película de lo que podía suceder. Solo se ha tenido que poner una zanahoria en las redes sociales y la ambición de Madrid se la ha zampado sin tiempo para pensárselo.
La gente corriendo de un lado para otro intentando ver a su ídolo es un caos que dice más de cómo picamos los anzuelos que de la propia Rosalía. Aunque, como ella misma dijo hace tiempo en otro vídeo promocional, “Todo el mundo tiene miedo a equivocarse, pero, siendo honesta, yo estoy lista para fallar”. Una actitud que en el mundo del entretenimiento le hace todopoderosa, pues representa el “hemos venido a jugar”. Y jugando ha empezado Rosalía la campaña de marketing de su disco. Ha jugado al escondite con fans y curiosos para que ellos sean protagonistas sin saberlo del mejor anuncio: plasmar el delirio colectivo que pone en el centro del interés social la espera de su nuevo trabajo, Lux, que llega el 7 de noviembre y que todavía no estaba en la conversación pública. El performance solo aportó a los asistentes una foto ya vista, pero ha estado planificado con un zafarrancho de ingredientes para llenar de titulares los Telediarios y el resto de medios de comunicación: la excitación del suspense, la polémica de la decepción y la expresividad de un Madrid muy Madrid congregado en busca de Rosalía. Y se encontró con lo que hace todavía más grandes a las artistas: el misterio. La magia de estar. Hasta cuando ni siquiera se te ve.
20MINUTOS.ES – Cultura