Los europeos solemos tener una percepción equivocada de la distancia geográfica que separa a Rusia de los Estados Unidos. Por nuestra posición en el mapamundi vemos siempre a Norteamérica muy alejada de Europa por el oeste y a la Federación de Rusia también distante por el este. Es un defecto óptico que nos encubre la proximidad entre ambos países por el norte del globo terráqueo, tan cerca que solo les separan 82 kilómetros. Una franja de mar, el estrecho de Bering, que aparta la región rusa de Chukotka de la estadounidense Alaska. Conviene recordar que Alaska formaba parte del imperio ruso hasta 1867 en que los Estados Unidos la compró por 7 millones de dólares, cifra ridícula habida cuenta de las reservas de petróleo y minerales que guarda aquel inmenso territorio.
Esos 82 kilómetros de gélidas aguas son un obstáculo natural en el establecimiento de una vía comercial entre Eurasia y el continente americano y no han sido pocas la ocasiones en que la ingeniería civil acarició la posibilidad de construir una vía subterránea capaz de mover mercancías entre ambos lados del estrecho. Ahora, y a iniciativa del Kremlin, se plantea la posibilidad de relanzar el proyecto aprovechando la tecnología innovadora de una empresa de Elon Musk especializada en la excavación de túneles que supuestamente los abarata al no exigir presencia humana sobre el terreno. Tal es la reducción de costes que una obra con la tecnología tradicional exigiría una inversión por encima de los 65.000 millones de dólares mientras que el presupuesto que maneja Musk no llegaría, según dice, a los 8.000.
Los rusos están fascinados con The Boring Company, la empresa del creador de Tesla, y su perforadora a control remoto, una máquina que llevan probando desde 2018 y que fue diseñada para excavar túneles de manera rápida y económica para aliviar el tráfico urbano en las grandes ciudades norteamericanas. Su objetivo es que fuera capaz de horadar más de kilómetro y medio a la semana y ahora mismo hay ya en construcción activa, o con planes en vigor, túneles en ciudades como Los Ángeles, Las Vegas o Chicago.
Kirill Dmitriev, enviado especial de Vladimir Putin para inversión y cooperación económica, es el gran impulsor del túnel bajo el estrecho de Bering y el que logró colar el proyecto en la conversación telefónica que mantuvo el presidente ruso con Donald Trump para negociar el fin de la guerra de Ucrania. La prueba del entusiasmo del Kremlin por el proyecto es que están dispuestos a poner el 40% del dinero necesario para financiarlo, el resto se supone que vendría de la iniciativa privada. Para ello han de demostrar su rentabilidad lo que está todavía por ver. Las primeras estimaciones calculan un potencial de carga de 100 millones de toneladas anuales de mercancías, lo que según sus números amortizaría la obra en 15 años. Los más recelosos invocan el precedente del Eurotúnel que une Francia y el Reino Unido por el Canal de la Mancha. Un éxito de ingeniería pero que disparó los costes de construcción casi al doble de lo previsto registrando una menor demanda de pasajeros y mercancías de la calculada en un principio.
En el estrecho de Bering la profundidad del mar no pasa de los 50 metros y hay dos islotes, uno ruso y otro norteamericano, donde la vía podría salir a superficie. Han proyectado su longitud en unos 112 kilómetros y sería un túnel ferroviario como el mencionado Eurotúnel. Lo quieren vestir como una vía de hermanamiento entre dos potencias tradicionalmente rivales y bautizarlo con la exaltación de sus dos autócratas, se llamaría el túnel de Putin-Trump. Egolatría sin límites.
A iniciativa del Kremlin, se plantea ahora la posibilidad de relanzar el proyecto de una vía subterránea entre EEUU y Rusia.
Los europeos solemos tener una percepción equivocada de la distancia geográfica que separa a Rusia de los Estados Unidos. Por nuestra posición en el mapamundi vemos siempre a Norteamérica muy alejada de Europa por el oeste y a la Federación de Rusia también distante por el este. Es un defecto óptico que nos encubre la proximidad entre ambos países por el norte del globo terráqueo, tan cerca que solo les separan 82 kilómetros. Una franja de mar, el estrecho de Bering, que aparta la región rusa de Chukotka de la estadounidense Alaska. Conviene recordar que Alaska formaba parte del imperio ruso hasta 1867 en que los Estados Unidos la compró por 7 millones de dólares, cifra ridícula habida cuenta de las reservas de petróleo y minerales que guarda aquel inmenso territorio.
Esos 82 kilómetros de gélidas aguas son un obstáculo natural en el establecimiento de una vía comercial entre Eurasia y el continente americano y no han sido pocas la ocasiones en que la ingeniería civil acarició la posibilidad de construir una vía subterránea capaz de mover mercancías entre ambos lados del estrecho. Ahora, y a iniciativa del Kremlin, se plantea la posibilidad de relanzar el proyecto aprovechando la tecnología innovadora de una empresa de Elon Musk especializada en la excavación de túneles que supuestamente los abarata al no exigir presencia humana sobre el terreno. Tal es la reducción de costes que una obra con la tecnología tradicional exigiría una inversión por encima de los 65.000 millones de dólares mientras que el presupuesto que maneja Musk no llegaría, según dice, a los 8.000.
Los rusos están fascinados con The Boring Company, la empresa del creador de Tesla, y su perforadora a control remoto, una máquina que llevan probando desde 2018 y que fue diseñada para excavar túneles de manera rápida y económica para aliviar el tráfico urbano en las grandes ciudades norteamericanas. Su objetivo es que fuera capaz de horadar más de kilómetro y medio a la semana y ahora mismo hay ya en construcción activa, o con planes en vigor, túneles en ciudades como Los Ángeles, Las Vegas o Chicago.
Kirill Dmitriev, enviado especial de Vladimir Putin para inversión y cooperación económica, es el gran impulsor del túnel bajo el estrecho de Bering y el que logró colar el proyecto en la conversación telefónica que mantuvo el presidente ruso con Donald Trump para negociar el fin de la guerra de Ucrania. La prueba del entusiasmo del Kremlin por el proyecto es que están dispuestos a poner el 40% del dinero necesario para financiarlo, el resto se supone que vendría de la iniciativa privada. Para ello han de demostrar su rentabilidad lo que está todavía por ver. Las primeras estimaciones calculan un potencial de carga de 100 millones de toneladas anuales de mercancías, lo que según sus números amortizaría la obra en 15 años. Los más recelosos invocan el precedente del Eurotúnel que une Francia y el Reino Unido por el Canal de la Mancha. Un éxito de ingeniería pero que disparó los costes de construcción casi al doble de lo previsto registrando una menor demanda de pasajeros y mercancías de la calculada en un principio.
En el estrecho de Bering la profundidad del mar no pasa de los 50 metros y hay dos islotes, uno ruso y otro norteamericano, donde la vía podría salir a superficie. Han proyectado su longitud en unos 112 kilómetros y sería un túnel ferroviario como el mencionado Eurotúnel. Lo quieren vestir como una vía de hermanamiento entre dos potencias tradicionalmente rivales y bautizarlo con la exaltación de sus dos autócratas, se llamaría el túnel de Putin-Trump. Egolatría sin límites.
20MINUTOS.ES – Internacional
