El ensayista y profesor Víctor Lapuente (1976) se crio en un pueblo de la montaña de Huesca, pero desde hace un largo tiempo reside en Gotemburgo, Suecia. Con estos dos escenarios tan opuestos geográfica y socialmente ha centrado su primera novela, Inmanencia (AdN) que designa en términos teológicos la condición de habitar dentro de algo. Los personajes de la novela, adolescentes al principio, descubren un misterio en un castillo templario, el comienzo de un viaje lleno de enigmas, entre ellos, qué precio tiene querer construir un mundo mejor.
Todas las personas tenemos impulsos egocéntricos, con lo que el objetivo de las sociedades es controlarlos
«La palabra da título a la novela, porque creo, sobre todo, que vivimos una epidemia de inmanencia. El ser inmanente no busca una meta más allá de sí mismo. Y hoy padecemos una pobreza de trascendencia. Buscamos la satisfacción inmediata, inminente e inmanente de nuestros deseos individuales», ha dicho el escritor a 20minutos.
Ello nos lleva al individualismo. «Todas las personas tenemos impulsos egocéntricos, con lo que el objetivo de las sociedades es controlarlos, motivando a los individuos a buscar metas que los trasciendan. Hay una sobrecogedora epidemia del cortoplacismo a todos los niveles: política, economía, por no hablar de las redes sociales que alimentan nuestras tendencias narcisistas».
¿Y qué tienen en común la Huesca rural de los 90 y la Suecia urbana de hoy? «El denominador común es la soledad. Pero esta característica es común en toda Europa, es transversal a los países y a las clases sociales. Cada día vivimos más solos y, sobre todo, nos sentimos más solos. Eso genera ansiedad, angustia y empeora la salud mental. Pero tiene también consecuencias colectivas: la soledad nos vuelve más desconfiados e iracundos. No es casual que los populistas más siniestros medren en estos tiempos».
Lapuente, que tiene en su haber varios ensayos y colabora como en medios de comunicación, como columnista y tertuliano en la Cadena Ser, habla de los tres periodos temporales en los que transcurre su título. «Desde hace tiempo me preguntaba por qué casi todas las distopías son de un mundo futuro con un poder autoritario. ¿Cómo sería lo contrario? Es decir, un mundo sin poder centralizado, con los individuos interactuando entre ellos y donde la religión, en vez de ser impuesta fuera perseguida? Me apetecía plantearle al lector la alternancia de mundos».
Ayuda que tanta gente que valoro tanto, como Irene Vallejo, Juan Cruz o Rubén Amón, destaquen la calidad narrativa
«Como no hay dos sin tres, a esa estructura dual (saltos entre el presente y el futuro), le añadí una tercera pata, el pasado. Un relato de iniciación en un pueblo de Huesca, a la sombra sin sombra de Los Monegros, en los 90. Entendí que sin entenderme, sin entender a la generación que crecimos en la España de la modernización acelerada, no podría comprender ni el hoy ni el mañana».
Este debut novelado ha sido alabado por escritores de la talla de Irene Vallejo y de Juan Cruz. ¿Eso anima a seguir escribiendo? «Tuve claro que debía emprender este camino de la novela. Porque la ficción es la forma tradicional que tenemos los seres humanos para contar la realidad. Y también para indagar en esa realidad. El ensayo lo conduces tú, la novela te conduce a ti y eso te permite asomarte a lugares a los que nunca te hubieras acercado de otra forma. Pero, sin duda, ayuda que tanta gente que valoro tanto, como Irene Vallejo, Juan Cruz o Rubén Amón, destaquen la calidad narrativa de la novela».
Los libros de Ramón J. Sender me influyeron desde pequeño, en especial ‘Réquiem por un campesino español’
De Chalamera, su pueblo, el pueblo de la novela era el escritor Ramón J. Sender. «Su sombra ha estado presente en el pueblo durante generaciones. Sus libros, en especial, Réquiem por un campesino español, me influyeron desde pequeño. Esa forma de narrar, seca y directa, conectada con el corazón, pero sin sentimentalismos, me pareció siempre muy interesante».
Respecto al boom de escritores aragoneses que llenan las librerías, Lapuente lo tiene claro. «Es indudable que las letras aragonesas atraviesan un buen momento, con Vilas, Luz Gabás, además de Daniel Gascón, Sergio del Molino y otros. Y, aunque somos muy distintos, y las temáticas que tratamos son muy variopintas, quizás sí hay algunos puntos en común en la mirada que tenemos. Me es fácil ver a muchos escritores aragoneses como el personaje de Simón del Desierto de Buñuel: el eremita que se pasa varios años en lo alto de una columna mirando al desierto».
¿Qué da más vértigo a estas alturas ser contertulio o novelista? «La tertulia atenaza un poco, pero la novela da vértigo. En una tertulia te puedes atener a un guion, pero en la novela todo depende de ti: los personajes, la acción, los escenarios. Al escribir una novela, eres Dios de un mundo. Y ser Dios es quizás bonito, pero agotador».
El escritor y profesor traza una historia en tres tiempos, sobre el precio que estamos dispuestos a pagar por un mundo mejor.
El ensayista y profesor Víctor Lapuente (1976) se crio en un pueblo de la montaña de Huesca, pero desde hace un largo tiempo reside en Gotemburgo, Suecia. Con estos dos escenarios tan opuestos geográfica y socialmente ha centrado su primera novela, Inmanencia (AdN) que designa en términos teológicos la condición de habitar dentro de algo. Los personajes de la novela, adolescentes al principio, descubren un misterio en un castillo templario, el comienzo de un viaje lleno de enigmas, entre ellos, qué precio tiene querer construir un mundo mejor.
Todas las personas tenemos impulsos egocéntricos, con lo que el objetivo de las sociedades es controlarlos
«La palabra da título a la novela, porque creo, sobre todo, que vivimos una epidemia de inmanencia. El ser inmanente no busca una meta más allá de sí mismo. Y hoy padecemos una pobreza de trascendencia. Buscamos la satisfacción inmediata, inminente e inmanente de nuestros deseos individuales», ha dicho el escritor a 20minutos.
Ello nos lleva al individualismo. «Todas las personas tenemos impulsos egocéntricos, con lo que el objetivo de las sociedades es controlarlos, motivando a los individuos a buscar metas que los trasciendan. Hay una sobrecogedora epidemia del cortoplacismo a todos los niveles: política, economía, por no hablar de las redes sociales que alimentan nuestras tendencias narcisistas».
¿Y qué tienen en común la Huesca rural de los 90 y la Suecia urbana de hoy? «El denominador común es la soledad. Pero esta característica es común en toda Europa, es transversal a los países y a las clases sociales. Cada día vivimos más solos y, sobre todo, nos sentimos más solos. Eso genera ansiedad, angustia y empeora la salud mental. Pero tiene también consecuencias colectivas: la soledad nos vuelve más desconfiados e iracundos. No es casual que los populistas más siniestros medren en estos tiempos».

Lapuente, que tiene en su haber varios ensayos y colabora como en medios de comunicación, como columnista y tertuliano en la Cadena Ser, habla de los tres periodos temporales en los que transcurre su título. «Desde hace tiempo me preguntaba por qué casi todas las distopías son de un mundo futuro con un poder autoritario. ¿Cómo sería lo contrario? Es decir, un mundo sin poder centralizado, con los individuos interactuando entre ellos y donde la religión, en vez de ser impuesta fuera perseguida? Me apetecía plantearle al lector la alternancia de mundos».
Ayuda que tanta gente que valoro tanto, como Irene Vallejo, Juan Cruz o Rubén Amón, destaquen la calidad narrativa
«Como no hay dos sin tres, a esa estructura dual (saltos entre el presente y el futuro), le añadí una tercera pata, el pasado. Un relato de iniciación en un pueblo de Huesca, a la sombra sin sombra de Los Monegros, en los 90. Entendí que sin entenderme, sin entender a la generación que crecimos en la España de la modernización acelerada, no podría comprender ni el hoy ni el mañana».
Este debut novelado ha sido alabado por escritores de la talla de Irene Vallejo y de Juan Cruz. ¿Eso anima a seguir escribiendo? «Tuve claro que debía emprender este camino de la novela. Porque la ficción es la forma tradicional que tenemos los seres humanos para contar la realidad. Y también para indagar en esa realidad. El ensayo lo conduces tú, la novela te conduce a ti y eso te permite asomarte a lugares a los que nunca te hubieras acercado de otra forma. Pero, sin duda, ayuda que tanta gente que valoro tanto, como Irene Vallejo, Juan Cruz o Rubén Amón, destaquen la calidad narrativa de la novela».
Los libros de Ramón J. Sender me influyeron desde pequeño, en especial ‘Réquiem por un campesino español’
De Chalamera, su pueblo, el pueblo de la novela era el escritor Ramón J. Sender. «Su sombra ha estado presente en el pueblo durante generaciones. Sus libros, en especial, Réquiem por un campesino español, me influyeron desde pequeño. Esa forma de narrar, seca y directa, conectada con el corazón, pero sin sentimentalismos, me pareció siempre muy interesante».
Respecto al boom de escritores aragoneses que llenan las librerías, Lapuente lo tiene claro. «Es indudable que las letras aragonesas atraviesan un buen momento, con Vilas, Luz Gabás, además de Daniel Gascón, Sergio del Molino y otros. Y, aunque somos muy distintos, y las temáticas que tratamos son muy variopintas, quizás sí hay algunos puntos en común en la mirada que tenemos. Me es fácil ver a muchos escritores aragoneses como el personaje de Simón del Desierto de Buñuel: el eremita que se pasa varios años en lo alto de una columna mirando al desierto».
¿Qué da más vértigo a estas alturas ser contertulio o novelista? «La tertulia atenaza un poco, pero la novela da vértigo. En una tertulia te puedes atener a un guion, pero en la novela todo depende de ti: los personajes, la acción, los escenarios. Al escribir una novela, eres Dios de un mundo. Y ser Dios es quizás bonito, pero agotador».
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