En el siglo XVIII varios monarcas conservaron la soberanía sin contrapesos y a la vez adoptaron ideas de avance hacia la Ilustración, de modo que promovieron reformas inspiradas en la razón, la utilidad pública y el progreso mientras mantenían intacta la autoridad total hacia el pueblo.
Esto fue denominado como ‘absolutismo ilustrado’ y dio pie al nacimiento de la popular expresión ‘Todo para el pueblo pero sin el pueblo’, constatando una modernización desde arriba que buscó escuelas, códigos más racionales, fomento económico y cierta tolerancia religiosa sin abrir la puerta a la participación política de los ciudadanos.
El programa buscó ordenar la administración, recentralizar hacienda y justicia y promover academias y obras públicas bajo la idea de la felicidad pública, con intervenciones en agricultura, manufacturas y comercio. En lo religioso, el Estado fortaleció su control sobre el clero y limitó ciertos privilegios eclesiásticos en casos como Portugal, Francia, España o los dominios austriacos, aunque el poder social de la Iglesia siguió siendo grande y la Corona dosificó cada reforma para no desestabilizar el trono.
Los casos más citados son Carlos III en España con su reformismo urbano y económico, Federico II en Prusia con su aparato administrativo y promoción de las letras, Catalina II en Rusia con su ambicioso pero desigual intento de racionalizar el imperio y José II en los territorios de los Habsburgo con medidas sobre tolerancia y control eclesiástico, a los que se suma el poderoso ministro Pombal en Portugal como figura de gobierno que encarna el mismo espíritu.
El balance fue mixto, pues legó instituciones más ordenadas y un Estado con mayor capacidad, pero dejó fuera la soberanía popular y los derechos políticos, de modo que la tensión entre razón reformista y autoridad sin contrapesos afloró en vísperas de las revoluciones que transformaron Europa, y en ese sentido fue una transición entre el absolutismo tradicional y las ideas liberales que estallarían después con la Revolución Francesa.
En el siglo XVIII varios monarcas conservaron la soberanía sin contrapesos y a la vez adoptaron ideas de avance hacia la Ilustración, de modo que promovieron reformas inspiradas en la razón, la utilidad pública y el progreso mientras mantenían intacta la autoridad total hacia el pueblo.
En el siglo XVIII varios monarcas conservaron la soberanía sin contrapesos y a la vez adoptaron ideas de avance hacia la Ilustración, de modo que promovieron reformas inspiradas en la razón, la utilidad pública y el progreso mientras mantenían intacta la autoridad total hacia el pueblo.
Esto fue denominado como ‘absolutismo ilustrado’ y dio pie al nacimiento de la popular expresión ‘Todo para el pueblo pero sin el pueblo’, constatando una modernización desde arriba que buscó escuelas, códigos más racionales, fomento económico y cierta tolerancia religiosa sin abrir la puerta a la participación política de los ciudadanos.
El programa buscó ordenar la administración, recentralizar hacienda y justicia y promover academias y obras públicas bajo la idea de la felicidad pública, con intervenciones en agricultura, manufacturas y comercio. En lo religioso, el Estado fortaleció su control sobre el clero y limitó ciertos privilegios eclesiásticos en casos como Portugal, Francia, España o los dominios austriacos, aunque el poder social de la Iglesia siguió siendo grande y la Corona dosificó cada reforma para no desestabilizar el trono.
Los casos más citados son Carlos III en España con su reformismo urbano y económico, Federico II en Prusia con su aparato administrativo y promoción de las letras, Catalina II en Rusia con su ambicioso pero desigual intento de racionalizar el imperio y José II en los territorios de los Habsburgo con medidas sobre tolerancia y control eclesiástico, a los que se suma el poderoso ministro Pombal en Portugal como figura de gobierno que encarna el mismo espíritu.
El balance fue mixto, pues legó instituciones más ordenadas y un Estado con mayor capacidad, pero dejó fuera la soberanía popular y los derechos políticos, de modo que la tensión entre razón reformista y autoridad sin contrapesos afloró en vísperas de las revoluciones que transformaron Europa, y en ese sentido fue una transición entre el absolutismo tradicional y las ideas liberales que estallarían después con la Revolución Francesa.
20MINUTOS.ES – Cultura