«Fue en la galería de Apolo donde Luis XIV combinó por primera vez su poder real con el del dios sol«, dice el propio Museo del Louvre en su web oficial. Y fue en esa galería donde cuatro ladrones entraron la mañana de este domingo, llevándose consigo ocho joyas de valor incalculable. Ellos también se habrán sentido dioses tras un robo tan impensable y espectacular.
Los autores del robo llegaron al flanco sur del Louvre con dos motos y con un camión equipado con un montacargas que les permitió subir a la galería de Apolo, que está en el primer piso del ala Denon, sobre la Petite Galerie. Después de abrir una brecha en el cristal de una puerta de un balcón con unos discos de corte fracturaron dos vitrinas para llevarse las joyas.
Primera galería real, modelo para Versalles
La galería de Apolo (galerie d’Apollon) es una obra maestra de decoración arquitectónica, que combina pintura, escultura y dorado. Mide 61,34 metros de largo y 15 de alto, con unos 600 m² de superficie.
A mayor gloria suya, Luis XIV se rodeó de los más grandes artistas de su tiempo, los mismos que 20 años más tarde trabajaron en el Palacio de Versalles, en la galería de los Espejos. De hecho, como primer ejemplo de galería real, la de Apolo serviría de modelo para la de Versalles, uno de los símbolos del clasicismo francés.
Si el rey encargó levantar la galería de Apolo fue por culpa de un incendio. El 6 de febrero de 1661, las llamas arrasaron la suntuosa Petite Galerie, que databa del reinado de Enrique IV. La reconstrucción fue obra del arquitecto Louis Le Vau.
Dado que el joven rey de 23 años acababa de elegir el sol como emblema, éste se convertiría en el tema de la nueva galería. La llamaron de Apolo en honor al dios griego de la luz y las artes. A través de Apolo, la galería iba a exaltar la gloria del Rey Sol.
El primer pintor del rey, Charles Le Brun, fue el encargado de diseñar la decoración y se rodeó de los mejores artistas para completarla. Primer ejemplo de galería real, la galerie de Apolo se convirtió en un campo de experimentación estética y arquitectónica.
Le Brun adornó la bóveda de la galería con pinturas que representan la carroza de Apolo surcando el cielo. El viaje del dios del sol marca los diferentes momentos del día, desde el amanecer hasta la noche. Alrededor de este eje central, representaciones y símbolos de todo aquello que se ve influenciado por las variaciones de la luz y el calor benéfico del sol (las horas, los días, los meses, las estaciones, pero también los signos del zodíaco y los continentes) forman un todo cósmico.
El rey, a Versalles y la Apolo inacabada
Pero aquellos reyes eran cambiantes y veleidosos. Luis XIV decidió abandonar el Louvre y París y se trasladó a Versalles, donde finalmente se estableció la Corte. Como consecuencia, la galería de Apolo quedó inacabada.
La decoración de este espacio no se completó hasta dos siglos después, en 1850. Eugène Delacroix recibió el encargo de crear una obra de 12 metros de ancho para adornar el centro del techo, Apolo venciendo a la Pitón, «un verdadero manifiesto pictórico del Romanticismo». Para las paredes, se elaboraron tapices que representan los retratos de 28 soberanos y artistas que, a lo largo de los siglos, construyeron y embellecieron el palacio.
Las joyas de los reyes de Francia
En 1887, se decidió exhibir en la galería de Apolo del Louvre la colección real de gemas y los diamantes de la corona. Se trata de la suntuosa colección de gemas reunida por los reyes de Francia y, en particular, de Luis XIV, que sentía una auténtica pasión por las gemas (su colección contaba con aproximadamente 800 piezas).
Son obras talladas en minerales preciosos: ágata, amatista, lapislázuli, jade, sardónice y cristal de roca. Todas (ahora todas menos ocho) están expuestas en engastes a menudo espectaculares.
La piedra más antigua de los diamantes de la Corona es la espinela conocida como Côte-de-Bretagne, que ingresó al tesoro gracias a la reina Ana de Bretaña. También están aquí la corona de Luis XV y la espada de coronación de Carlos X.
Lucen especialmente tres diamantes históricos: el Regent (de 140 quilates, adquirido por Luis XV), el Sancy y el Hortensia (vinculado a María Antonieta y Napoleón Bonaparte). Todos ellos adornaban los mantos o coronas de los soberanos. También se conservan espectaculares conjuntos creados en el siglo XIX, como los de esmeraldas y diamantes para la emperatriz María Luisa, que ahora se han llevado los cacos.
Obra maestra de decoración arquitectónica, para ella, Luis XIV se rodeó de los más grandes artistas, los mismos que 20 años más tarde trabajaron en la galería de los Espejos de Versalles.
«Fue en la galería de Apolo donde Luis XIV combinó por primera vez su poder real con el del dios sol«, dice el propio Museo del Louvre en su web oficial. Y fue en esa galería donde cuatro ladrones entraron la mañana de este domingo, llevándose consigo ocho joyas de valor incalculable. Ellos también se habrán sentido dioses tras un robo tan impensable y espectacular.
Los autores del robo llegaron al flanco sur del Louvre con dos motos y con un camión equipado con un montacargas que les permitió subir a la galería de Apolo, que está en el primer piso del ala Denon, sobre la Petite Galerie. Después de abrir una brecha en el cristal de una puerta de un balcón con unos discos de corte fracturaron dos vitrinas para llevarse las joyas.
Primera galería real, modelo para Versalles
La galería de Apolo (galerie d’Apollon) es una obra maestra de decoración arquitectónica, que combina pintura, escultura y dorado. Mide 61,34 metros de largo y 15 de alto, con unos 600 m² de superficie.

A mayor gloria suya, Luis XIV se rodeó de los más grandes artistas de su tiempo, los mismos que 20 años más tarde trabajaron en el Palacio de Versalles, en la galería de los Espejos. De hecho, como primer ejemplo de galería real, la de Apolo serviría de modelo para la de Versalles, uno de los símbolos del clasicismo francés.
Si el rey encargó levantar la galería de Apolo fue por culpa de un incendio. El 6 de febrero de 1661, las llamas arrasaron la suntuosa Petite Galerie, que databa del reinado de Enrique IV. La reconstrucción fue obra del arquitecto Louis Le Vau.
Dado que el joven rey de 23 años acababa de elegir el sol como emblema, éste se convertiría en el tema de la nueva galería. La llamaron de Apolo en honor al dios griego de la luz y las artes. A través de Apolo, la galería iba a exaltar la gloria del Rey Sol.
El primer pintor del rey, Charles Le Brun, fue el encargado de diseñar la decoración y se rodeó de los mejores artistas para completarla. Primer ejemplo de galería real, la galerie de Apolo se convirtió en un campo de experimentación estética y arquitectónica.
Le Brun adornó la bóveda de la galería con pinturas que representan la carroza de Apolo surcando el cielo. El viaje del dios del sol marca los diferentes momentos del día, desde el amanecer hasta la noche. Alrededor de este eje central, representaciones y símbolos de todo aquello que se ve influenciado por las variaciones de la luz y el calor benéfico del sol (las horas, los días, los meses, las estaciones, pero también los signos del zodíaco y los continentes) forman un todo cósmico.
El rey, a Versalles y la Apolo inacabada
Pero aquellos reyes eran cambiantes y veleidosos. Luis XIV decidió abandonar el Louvre y París y se trasladó a Versalles, donde finalmente se estableció la Corte. Como consecuencia, la galería de Apolo quedó inacabada.

La decoración de este espacio no se completó hasta dos siglos después, en 1850. Eugène Delacroix recibió el encargo de crear una obra de 12 metros de ancho para adornar el centro del techo, Apolo venciendo a la Pitón, «un verdadero manifiesto pictórico del Romanticismo». Para las paredes, se elaboraron tapices que representan los retratos de 28 soberanos y artistas que, a lo largo de los siglos, construyeron y embellecieron el palacio.
Las joyas de los reyes de Francia
En 1887, se decidió exhibir en la galería de Apolo del Louvre la colección real de gemas y los diamantes de la corona. Se trata de la suntuosa colección de gemas reunida por los reyes de Francia y, en particular, de Luis XIV, que sentía una auténtica pasión por las gemas (su colección contaba con aproximadamente 800 piezas).
Son obras talladas en minerales preciosos: ágata, amatista, lapislázuli, jade, sardónice y cristal de roca. Todas (ahora todas menos ocho) están expuestas en engastes a menudo espectaculares.
La piedra más antigua de los diamantes de la Corona es la espinela conocida como Côte-de-Bretagne, que ingresó al tesoro gracias a la reina Ana de Bretaña. También están aquí la corona de Luis XV y la espada de coronación de Carlos X.
Lucen especialmente tres diamantes históricos: el Regent (de 140 quilates, adquirido por Luis XV), el Sancy y el Hortensia (vinculado a María Antonieta y Napoleón Bonaparte). Todos ellos adornaban los mantos o coronas de los soberanos. También se conservan espectaculares conjuntos creados en el siglo XIX, como los de esmeraldas y diamantes para la emperatriz María Luisa, que ahora se han llevado los cacos.
20MINUTOS.ES – Internacional