Cuando Napoleón III cayó y Francia instauró la Tercera República, una de las decisiones que tomó su gobierno fue subastar las joyas de la Corona. Representaban grandes momentos de su historia, pero era también un incómodo recuerdo de su origen. Francia tuvo que cambiar varias veces de República (ahora va por la Quinta) y avanzar el siglo XX para que asumiese las joyas como parte de su historia y diseñase una laboriosa estrategia para recuperarlas. Ahora, por segunda vez y con un Estado también en transición, las ha vuelto a perder. El país está sumido en una grave crisis y su gran museo parece haberse contagiado de la deriva. No sería extraño que, como un augurio y ante un parlamento divido en tres en un sistema pensado solo para dos, esa nueva pérdida vuelva a simbolizar el final y luego la llegada de una nueva República.
No sería extraño que, como un augurio, la nueva pérdida de las joyas de la Corona vuelva a simbolizar el final y luego la llegada de una nueva República.

No sería extraño que, como un augurio, la nueva pérdida de las joyas de la Corona vuelva a simbolizar el final y luego la llegada de una nueva República.
Cuando Napoleón III cayó y Francia instauró la Tercera República, una de las decisiones que tomó su gobierno fue subastar las joyas de la Corona. Representaban grandes momentos de su historia, pero era también un incómodo recuerdo de su origen. Francia tuvo que cambiar varias veces de República (ahora va por la Quinta) y avanzar el siglo XX para que asumiese las joyas como parte de su historia y diseñase una laboriosa estrategia para recuperarlas. Ahora, por segunda vez y con un Estado también en transición, las ha vuelto a perder. El país está sumido en una grave crisis y su gran museo parece haberse contagiado de la deriva. No sería extraño que, como un augurio y ante un parlamento divido en tres en un sistema pensado solo para dos, esa nueva pérdida vuelva a simbolizar el final y luego la llegada de una nueva República.
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