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  Cultura  La carretera muerta de Gabriel Oca (Papelillo editorial, 2025)
Cultura

La carretera muerta de Gabriel Oca (Papelillo editorial, 2025)

octubre 11, 2025
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La edición original, de 2009, ha sido rescatada por Papelillo Editorial, una propuesta de trabajo que tras la primera entrega, que tuvo su habitación reservada en Motel Margot, está consolidándose con gusto y elegancia. 2009, cuando Gabriel Oca bailaba cerca del abismo, con la presencia de Vicente Muñoz Álvarez (al primero que escuché hablar de Oca en su momento), el referente de la literatura alternativa de León (pronto será canon, porque lo que ha hecho Vicente no lo ha hecho nadie en España en el cambio de siglo). Pero es Oca, Gabriel, el que convierte el Barrio Húmedo de León en una especie de Interzona de William Burroughs. De Tánger a Castilla, ¿palabras mayores? No es «La carretera muerta» una novela experimental, es salvaje, humilde, con un cierto punto humorístico dentro de la tragedia, exigente por las prácticas y lo practicado, pero también una novela yonqui española, de un tipo sumido en las sustancias, pero con un talento innato para la narrativa.

No es Casa Botines, es el resto de las civilizaciones caídas, la luz parpadeante y afónica de una generación (otra más), destruida. Pero aquí nadie es inocente. Cada uno debe asumir su responsabilidad. La lucha contra la adicción es dura, pero también es complejo levantarse a las seis, tener un trabajo, una familia… y salir adelante, en vez de sumirse en el disfrute narcótico.

El primer relato, el primer fragmento, es excepcional, sobre todo por abordar las relaciones personales con un fondo de nostalgia a través de los tebeos. En España, finales de los setenta y comienzos de los ochenta, llega el tebeo, las revistas, «El víbora», por supuesto, que permitía un salto cualitativo en la cultura alternativa. De fuera como Robert Crumb, de aquí Gallardo y Mediavilla. Max, con ese Peter Punk. Ceesepe (las calles de Madrid). Zapatines, Casa Botines, ya sabes, centro de desintoxicación, ir tirando, casi vender a tu Madrid, casi mejor vender los Víboras, los que te presta un colega (maravilloso, tener cincuenta y pico consecutivos para poder leer las historias de manera continuada). Oca, como escritor, utiliza metáforas, guiños, ojos, tonalidades, venas y asteriscos. Perfecto, cómo desmenuza el ladrido de la ansiedad, el aperitivo mínimo de la metadona.

Es esa narrativa de pretecnología yonqui que funciona, quimicefa para muy enganchados, ácido (limón o vinagre o lo que sea), sustitutivos, Viriato que sobrevuela, Makoki (que volveremos a él, colocado con la electricidad). La venta de segunda mano, vinilos, libros o joyas, unos billetes, morados, en pesetas, eso es importante. ¿Te acuerdas de los compactos de Anagrama, últimamente aparecen mucho por aquí? Sustancias, entre el Rohipnol y el Lexatín, todas las sustancias que aparecían en la escena de la farmacia, con Carmen Maura, en “Qué he hecho yo para merecer esto” cuando quiere pillar anfetaminas sin receta. Busco en internet, ¿te acuerdas de Ranxerox? Cuando lo he visto me he dado cuenta, claro, yo era un zagal, pero ahí estaba, en las primeras tiendas de tebeos especializados. Peristas de la vida, urbanismo, rumba. Si me das a elegir, por los Chunguitos (o Ana D. cuando estaba con Javier Corcobado) (o Rosalía, qué bello).

Busco también qué es el Artane, habla del Parkinson, pero luego te deja muy doblado, mucho. «Vi a un pavo con la cara en la espalda y luego resulta que era mentira, que se había puesto la chupa del revés». Parálisis permanente en estos tiempos de anfetas, bencedrina, tubos a 100 pesetas que llegarán hasta mis años de facultad con el Katovit. Centraminas para estudiar, para adelgazar, para pasar el rato y aprovechar el día. O la noche. Le pillaste un trankimazin, varios en realidad, a tu abuelo. Otra vez, el Rohipnol, en plata, como la canción de Fito Páez, la de los Lexatín. Igual te confundes con la de Nacho Vegas. Al final, ¿acampamos con vaqueros? Corremos una maratón, subimos el Aneto con botas de piel de serpiente, vestidos como uno de Los Ramones: «Invitados estelares los quinquis del barrio, la quinta de Naranjito, pedaleando desde los ochenta».

Un grupo, lo que se ve, que cuando estás bien o medio bien, se te calienta el morro, los teleñecos, disfrazados. Pueblos, PUEBLOS GRANDES. Muchos recuerdan aquellas olas, aquellas generaciones, arrasados… STAR, siempre STAR, y los tebeos colgados de las pinzas en un kiosco. Y tan pasado que, escuchando a The Who en un pub, el típico pub de pueblo grande, «Tommy» le acabó pegando un mordisco a un vinilo. «Carta de Syd Barret a los Corintios», chinos de benzodiacepinas (no deis voces, despertaréis a mi hermana). Mira mis botas de rockero.

Los muertos, los muertos en vida, la vida de los muertos. Personajes que piensan que han huido de la muerte, supervivientes de vida, malas semillas, de Castilla hasta Australia. Tú me entiendes: gasolineras, extrarradios, cabinas de teléfono. Supervivientes. ¿Está el supermercado abierto? ¿Y la farmacia? La Coquito, funciona como descripción y construcción de personajes, sexo, sin dientes, amor yonqui, más compañía que carne. Cocaína y opio. La bola rápida, la velocidad que, citando a Borroughts vía Oca: «Si hay algo mejor Dios se lo guardó para él». Mercados, coches, San Blas. De León a la geografía tóxica de Madrid. Un urbanismo de chutas, marrón, blanco, primero arriba y luego la vuelta al vientre químico. VIH, claro. No era solo la muerte instantánea, era la muerte del Bicho, peleas, delirios, físicamente insensibles.

No hay culpa, hay supervivencia, una y otra vez.

Muertos jóvenes, muertos todos, la muerte siempre llega pronto, a veces trae algo, a veces no trae nada, pero siempre tendrás que esperar. El día del señor, el cuento del domingo, con la metadona (como una especie de sueldo Nescafé, algo seguro, una media jornada, lo que se pueda, después, un poco más). La metadona son mg de paz. El rastro, el domingo, en la Plaza de Toros, o donde toque. Recuerdo una historia de mi amigo Sergio, que tenía un puesto en el Rastro y que, un domingo, su compañero que también tenían problemas con los narcóticos, apareció con una canoa. Una canoa en el rastro de Zaragoza. Sí. Había que vender lo que sea. Cervezas calientes, vender para comprar, no mirar atrás, pillar un taxi. En una obra, siempre esperar, pase lo que pase. Siempre tendrás que esperar.

Están tan flacos que parece que no es que consuman, los consumen.

Casetes de los Chichos, Manzanita, rumba de coche trucado, de 124 sin papeles. Los Ramones, las Grecas (ponerse hasta las Grecas), «Gabba Gabba Hey!» Desaparecidos, aparecidos, muertos en la memoria. La Cabina, el cuento que no es José Luis López Vázquez, pero tiene algo, más bien, de El Asfalto, que tiene algo de Historias para no dormir. Atrapado: «La última vez puliendo por bolsitas en un bar al lado de Alsa». Canción de Joaquín Sabina, pongamos que hablo de las niñas que ya no quieren ser princesas, hay una jeringuilla en el lavabo. Por eso leer a Oca es auténtico, es español, no suena a traducción mala. Uri Geller y la final de Sevilla de la Copa de Europa. Ni un solo penalty en la tanda final. Canciones de Deep Purple, heavy y jaco, cervezas, camisetas negras, pelos largos, muy largos.

La sobredosis, la doble dosis, la despedida. Un recuerdo a Anarcoma del maestro Nazario (volvemos al Víbora y otros tebeos tóxicos). De pronto, un bombeo, fundido a negro. «Estoy en el Ramadán». Y se ríe, volumen brutal, la edad de oro, disparos de cocaína. Arrabales, el borde exterior, como en Star Wars, los mundos perdidos. Los gitanos en la venta, la generación de la merca, con el cerebro quemado, yendo de un lado a otro, en el pasillo infinito, quedan unos años para poder darse cuenta, primero la heroína, luego las pastillas del bakalao, la de la cocaína… y pronto, otra vez, la oxicodona y el vicodín.

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Un huevo de Kinder. La vida como una viñeta, primero de colores salvajes, luego blanco y negro. Ojalá Makoki. Con sus colegas, de la Modelo. Pero han pasado tantos años. Que parecen un tango: que veinte días parecen veinte años. Gabriel Oca, una vida al límite. Notable recuerdo. Necesario para el ander español. Como dice Vicente Muñoz Álvarez, videamos,drugos.

 Narrativa al límite de una España destrozada, la revisión de Gabriel Oca. Las memorias de una madame del siglo XX, Pauline Tabor  

La edición original, de 2009, ha sido rescatada por Papelillo Editorial, una propuesta de trabajo que tras la primera entrega, que tuvo su habitación reservada en Motel Margot, está consolidándose con gusto y elegancia. 2009, cuando Gabriel Oca bailaba cerca del abismo, con la presencia de Vicente Muñoz Álvarez (al primero que escuché hablar de Oca en su momento), el referente de la literatura alternativa de León (pronto será canon, porque lo que ha hecho Vicente no lo ha hecho nadie en España en el cambio de siglo). Pero es Oca, Gabriel, el que convierte el Barrio Húmedo de León en una especie de Interzona de William Burroughs. De Tánger a Castilla, ¿palabras mayores? No es «La carretera muerta» una novela experimental, es salvaje, humilde, con un cierto punto humorístico dentro de la tragedia, exigente por las prácticas y lo practicado, pero también una novela yonqui española, de un tipo sumido en las sustancias, pero con un talento innato para la narrativa. 

Recorte
RecorteOctavio Gómez

No es Casa Botines, es el resto de las civilizaciones caídas, la luz parpadeante y afónica de una generación (otra más), destruida. Pero aquí nadie es inocente. Cada uno debe asumir su responsabilidad. La lucha contra la adicción es dura, pero también es complejo levantarse a las seis, tener un trabajo, una familia… y salir adelante, en vez de sumirse en el disfrute narcótico.

El primer relato, el primer fragmento, es excepcional, sobre todo por abordar las relaciones personales con un fondo de nostalgia a través de los tebeos. En España, finales de los setenta y comienzos de los ochenta, llega el tebeo, las revistas, «El víbora», por supuesto, que permitía un salto cualitativo en la cultura alternativa. De fuera como Robert Crumb, de aquí Gallardo y Mediavilla. Max, con ese Peter Punk. Ceesepe (las calles de Madrid). Zapatines, Casa Botines, ya sabes, centro de desintoxicación, ir tirando, casi vender a tu Madrid, casi mejor vender los Víboras, los que te presta un colega (maravilloso, tener cincuenta y pico consecutivos para poder leer las historias de manera continuada). Oca, como escritor, utiliza metáforas, guiños, ojos, tonalidades, venas y asteriscos. Perfecto, cómo desmenuza el ladrido de la ansiedad, el aperitivo mínimo de la metadona.

Es esa narrativa de pretecnología yonqui que funciona, quimicefa para muy enganchados, ácido (limón o vinagre o lo que sea), sustitutivos, Viriato que sobrevuela, Makoki (que volveremos a él, colocado con la electricidad). La venta de segunda mano, vinilos, libros o joyas, unos billetes, morados, en pesetas, eso es importante. ¿Te acuerdas de los compactos de Anagrama, últimamente aparecen mucho por aquí? Sustancias, entre el Rohipnol y el Lexatín, todas las sustancias que aparecían en la escena de la farmacia, con Carmen Maura, en “Qué he hecho yo para merecer esto” cuando quiere pillar anfetaminas sin receta. Busco en internet, ¿te acuerdas de Ranxerox? Cuando lo he visto me he dado cuenta, claro, yo era un zagal, pero ahí estaba, en las primeras tiendas de tebeos especializados. Peristas de la vida, urbanismo, rumba. Si me das a elegir, por los Chunguitos (o Ana D. cuando estaba con Javier Corcobado) (o Rosalía, qué bello).

Busco también qué es el Artane, habla del Parkinson, pero luego te deja muy doblado, mucho. «Vi a un pavo con la cara en la espalda y luego resulta que era mentira, que se había puesto la chupa del revés». Parálisis permanente en estos tiempos de anfetas, bencedrina, tubos a 100 pesetas que llegarán hasta mis años de facultad con el Katovit. Centraminas para estudiar, para adelgazar, para pasar el rato y aprovechar el día. O la noche. Le pillaste un trankimazin, varios en realidad, a tu abuelo. Otra vez, el Rohipnol, en plata, como la canción de Fito Páez, la de los Lexatín. Igual te confundes con la de Nacho Vegas. Al final, ¿acampamos con vaqueros? Corremos una maratón, subimos el Aneto con botas de piel de serpiente, vestidos como uno de Los Ramones: «Invitados estelares los quinquis del barrio, la quinta de Naranjito, pedaleando desde los ochenta».

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recorteOctavio Gómez

Un grupo, lo que se ve, que cuando estás bien o medio bien, se te calienta el morro, los teleñecos, disfrazados. Pueblos, PUEBLOS GRANDES. Muchos recuerdan aquellas olas, aquellas generaciones, arrasados… STAR, siempre STAR, y los tebeos colgados de las pinzas en un kiosco. Y tan pasado que, escuchando a The Who en un pub, el típico pub de pueblo grande, «Tommy» le acabó pegando un mordisco a un vinilo. «Carta de Syd Barret a los Corintios», chinos de benzodiacepinas (no deis voces, despertaréis a mi hermana). Mira mis botas de rockero.

Los muertos, los muertos en vida, la vida de los muertos. Personajes que piensan que han huido de la muerte, supervivientes de vida, malas semillas, de Castilla hasta Australia. Tú me entiendes: gasolineras, extrarradios, cabinas de teléfono. Supervivientes. ¿Está el supermercado abierto? ¿Y la farmacia? La Coquito, funciona como descripción y construcción de personajes, sexo, sin dientes, amor yonqui, más compañía que carne. Cocaína y opio. La bola rápida, la velocidad que, citando a Borroughts vía Oca: «Si hay algo mejor Dios se lo guardó para él». Mercados, coches, San Blas. De León a la geografía tóxica de Madrid. Un urbanismo de chutas, marrón, blanco, primero arriba y luego la vuelta al vientre químico. VIH, claro. No era solo la muerte instantánea, era la muerte del Bicho, peleas, delirios, físicamente insensibles.

No hay culpa, hay supervivencia, una y otra vez.

Muertos jóvenes, muertos todos, la muerte siempre llega pronto, a veces trae algo, a veces no trae nada, pero siempre tendrás que esperar. El día del señor, el cuento del domingo, con la metadona (como una especie de sueldo Nescafé, algo seguro, una media jornada, lo que se pueda, después, un poco más). La metadona son mg de paz. El rastro, el domingo, en la Plaza de Toros, o donde toque. Recuerdo una historia de mi amigo Sergio, que tenía un puesto en el Rastro y que, un domingo, su compañero que también tenían problemas con los narcóticos, apareció con una canoa. Una canoa en el rastro de Zaragoza. Sí. Había que vender lo que sea. Cervezas calientes, vender para comprar, no mirar atrás, pillar un taxi. En una obra, siempre esperar, pase lo que pase. Siempre tendrás que esperar.

Están tan flacos que parece que no es que consuman, los consumen.

Casetes de los Chichos, Manzanita, rumba de coche trucado, de 124 sin papeles. Los Ramones, las Grecas (ponerse hasta las Grecas), «Gabba Gabba Hey!» Desaparecidos, aparecidos, muertos en la memoria. La Cabina, el cuento que no es José Luis López Vázquez, pero tiene algo, más bien, de El Asfalto, que tiene algo de Historias para no dormir. Atrapado: «La última vez puliendo por bolsitas en un bar al lado de Alsa». Canción de Joaquín Sabina, pongamos que hablo de las niñas que ya no quieren ser princesas, hay una jeringuilla en el lavabo. Por eso leer a Oca es auténtico, es español, no suena a traducción mala. Uri Geller y la final de Sevilla de la Copa de Europa. Ni un solo penalty en la tanda final. Canciones de Deep Purple, heavy y jaco, cervezas, camisetas negras, pelos largos, muy largos.

La sobredosis, la doble dosis, la despedida. Un recuerdo a Anarcoma del maestro Nazario (volvemos al Víbora y otros tebeos tóxicos). De pronto, un bombeo, fundido a negro. «Estoy en el Ramadán». Y se ríe, volumen brutal, la edad de oro, disparos de cocaína. Arrabales, el borde exterior, como en Star Wars, los mundos perdidos. Los gitanos en la venta, la generación de la merca, con el cerebro quemado, yendo de un lado a otro, en el pasillo infinito, quedan unos años para poder darse cuenta, primero la heroína, luego las pastillas del bakalao, la de la cocaína… y pronto, otra vez, la oxicodona y el vicodín.

Un huevo de Kinder. La vida como una viñeta, primero de colores salvajes, luego blanco y negro. Ojalá Makoki. Con sus colegas, de la Modelo. Pero han pasado tantos años. Que parecen un tango: que veinte días parecen veinte años. Gabriel Oca, una vida al límite. Notable recuerdo. Necesario para el ander español. Como dice Vicente Muñoz Álvarez, videamos,drugos. 

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