<p>Los envases comerciales han pasado a ser una responsabilidad directa de quien los pone en el mercado que deberá pagar y organizar su gestión y poder demostrar, con datos trazables, que acaban en un circuito de valorización real. Se llama Responsabilidad Ampliada del Productor (RAP), entró en vigor el pasado 1 de enero, y se apoya en un Real Decreto que marca las pautas. En la práctica, quien decide el diseño y la materia prima del envase asume también los costes y la evidencia de su circularidad.</p>
La nueva normativa obliga a identificar y clasificar de forma inequívoca qué envases son domésticos, comerciales o industriales. La idea es acelerar un sistema que genere menos residuos y, a la vez, sea competitivo.
Los envases comerciales han pasado a ser una responsabilidad directa de quien los pone en el mercado que deberá pagar y organizar su gestión y poder demostrar, con datos trazables, que acaban en un circuito de valorización real. Se llama Responsabilidad Ampliada del Productor (RAP), entró en vigor el pasado 1 de enero, y se apoya en un Real Decreto que marca las pautas. En la práctica, quien decide el diseño y la materia prima del envase asume también los costes y la evidencia de su circularidad.
Como toda transición, requiere afinar criterios. Uno de los equívocos más frecuentes, explica Rebeca Mella, gerente de Desarrollo de Valor a Cliente en Ecoembes, es confundir la categoría del envase con su apariencia. «Se piensa más en cómo es el envase y esto no es lo que define si es doméstico, comercial o industrial». La pauta operativa es el destino del residuo: «¿Dónde se va a convertir en residuo? Si es en manos del consumidor, entonces es doméstico. Si es en un comercio es comercial. Y si es en una industria, sería industrial». Ese «mapa» por punto de generación es el primer filtro para clasificar bien y, por tanto, cumplir bien.
La nueva normativa obliga a identificar y clasificar de forma inequívoca cada envase porque cada flujo activa logística, costes y rendición de cuentas diferentes. Para facilitarlo, Ecoembes ha articulado un Sistema Colectivo de Responsabilidad Ampliada del Productor (SCRAP) específico para envases comerciales en un modelo asociativo sin ánimo de lucro, con gobernanza compartida por más de 30 organizaciones. La propuesta es de «ventanilla única»: adhesión, asesoramiento y servicios que cubren cumplimiento, formación, ecodiseño e interlocución operativa con administraciones y entidades locales.
La pedagogía aplicada es una palanca clave. «Hacemos webinar, sesiones plenarias y tenemos formaciones en las que se hace mucho hincapié en cómo pueden hacer ellos mismos una diagnosis de sus envases», subraya Mella. Además, la trazabilidad depende del rol. Hay dos: el productor (pone el envase en el mercado) y el poseedor final (el comercio u organización donde se genera el residuo). «Al productor le pedimos de qué material es, cuántas son las unidades de venta y posible destino», para alimentar el Registro y los balances. «Si eres poseedor final, la auditoría es diferente», porque hay que demostrar cómo se gestionó el residuo: a qué gestor autorizado se entregó, con qué albaranes, pesajes y destinos. Es decir, si eres productor, sigues el camino del envase; si eres poseedor, documentas el camino del residuo.
El precio que paga una empresa responde a un modelo de costes fijado en convenios con la Administración (contenedores, recogida, tratamiento, plantas, etc.) y se modula por variables como material, peso y, en comerciales, incluso por el tipo de comercio donde se gestiona el residuo.
La RAP no consiste sólo en pagar la factura: obliga a ecodiseñar. Mella lo aterriza en decisiones con impacto real: apostar por monomateriales para simplificar la separación; reducir gramaje y eliminar «espacios huecos» para optimizar transporte y consumo de material; y aprovechar que, en envases comerciales, las tintas suelen ser menos determinantes por tratarse de embalaje de transporte o agrupación. Cada ajuste pesa dos veces: en el coste de cumplimiento y en la probabilidad de reciclaje efectivo.
La formación escala el cambio. En 2024, TheCircularCampus –hub de conocimiento de Ecoembes- formó a 20.746 profesionales en 130 actividades (el 89% online), con más de 120 recursos disponibles y 17 alianzas con universidades (UPM, UNIR), escuelas de negocio (ISM), organizaciones empresariales (AECOC, CEPYME, ISTAS) y firmas como PwC, Kantar, Inèdit o KPMG. El foco incluye a las pequeñas y medianas empresas: «Estamos creando un plan pymes para dotar de formación», explica Mella. En los últimos meses han trabajado ecodiseño con más de 2.100 empresas.
La reutilización y la logística inversa dibujan el siguiente salto. «Si tú tienes que mandar unos productos a un comercio, que ese envase vaya y vuelva a ser reutilizado», propone Mella. «Uno de los grandes hitos es la reutilización. Hay muchas compañías que ya trabajan con envases 100% reutilizables». La idea es acelerar un sistema que genere menos residuos y, a la vez, sea competitivo: la economía circular también es economía.
¿Reutilizar o reciclar mejor? Depende del análisis técnico y de la cuenta de resultados. «Lo primero es la función de envase: proteger lo que lleva dentro», insiste; el contenido condiciona material y diseño. El segundo criterio es económico: que «sea competitivo» y el negocio sea sostenible «económica y medioambientalmente». No hay una regla universal para todas las cadenas, productos o geografías, pero sí una metodología para decidir bien caso a caso.
Este andamiaje exige coordinación a lo largo de la cadena de valor para reducir costes de transacción y evitar solapes. Ecoembes recuerda que Ecoembes Comerciales nace como ejercicio de colaboración entre envasadores y distribuidores para minimizar el impacto de la nueva obligación «sobre unos envases que mayoritariamente se están gestionando de forma muy eficiente» y, al mismo tiempo, optimizar la relación con entidades locales.
Al final el reto es cultural: que el envase comercial deje de ser un coste oculto y se gestione como flujo material con valor, con responsabilidades claras y métricas comparables. Mella lo resume en tres verbos: diagnosticar, ecodiseñar y documentar. Si las piezas de base encajan -clasificación por destino del residuo, trazabilidad por rol, precios transparentes, innovación útil y, cuando tenga sentido, reutilización-, los objetivos e hitos llegarán con naturalidad. Es una transición exigente, sí; pero también la oportunidad de profesionalizar la circularidad en España.
Serie sobre Economía circular realizada en colaboración con Ecoembes.
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