El Palau Les Arts de Valencia ha comenzado su temporada operística de manera brillante y ambiciosa, con una nueva coproducción de gran calidad, como corresponde a un teatro que aspira a constituirse en referente del panorama nacional e internacional. Así lo demuestra el resto de teatros que colaboran en esta producción de Faust, de Charles Gounod: Teatro alla Scala de Milán, donde cerrará la temporada 2025-26; Staatsoper Unter den Linden de Berlín y Teatro Real de Madrid.
Faust, es una ópera de grandes proporciones: cinco actos y una duración de casi cuatro horas (con descansos incluidos). Se estrenó en 1859 incluyendo diálogos que fueron posteriormente eliminados, con un libreto basado en el famoso drama de Goethe, publicado en dos partes en 1808 y 1832, pero todavía en mayor medida en Faust et Marguerite, de Michel Carré, de donde provienen algunas acciones reflejadas en la ópera de Gounod que no están en la obra de Goethe.
Johann Wolfgang von Goethe (1749-1822) reflejó en su intrincado drama de Fausto -que casi nadie ha acabado pero se alaba como fundamental en la historia de la literatura- esa ansiedad del ser humano que ve cómo el tiempo se le agotó sin haber disfrutado de la vida. Dedicado a la erudición y la virtud, el amor pasó de largo tras las ventanas de su estudio, y apenas advirtió el rumor del bullicio en las plazas y calles. Ese vacío existencial encuentra una segunda oportunidad brindada por un enigmático personaje, Méphistophélès, quien le propone regresar a una juventud que le permitirá gozar de todo lo que parecía perdido. El diablo le pide el alma a cambio y él accede.
El director de escena, Johannes Erath, se erige en el gran protagonista de este Fausto versión 2025. Propone una visión antirromántica de esta epopeya, en la que los enamorados apenas entran en contacto o cruzan sus miradas. Nos adentra en un universo caleidoscópico, abigarrado y excesivo, hipnótico por momentos, poblado por espirales y sombrillas giratorias, anillos luminosos y discos hacia los que viajan cuchillos en cámara lenta -¿homenaje a Peter Brook?-. Podría verse como el catálogo de estímulos de los que se ha visto privado el protagonista en su triste existencia.
Faust y Méphistophélès firman el pacto que les une de por vida, en un primer acto donde impera la oscuridad, acrecentada por el uso de un fino velo que matiza todavía más la escena hasta sumirla en una penumbra donde es difícil advertir ningún detalle. Tras ese primer acto, donde la música se percibe sin ninguna perturbación y la calidad orquestal queda patente, comienza a surgir la fantasía escénica ideada por Erath. Como contraste rotundo, se despliega a partir de ese momento un carrusel de sorpresas escénicas que nos adentran en el mundo de la representación, con gran protagonismo de la estética circense. Todo ello se sustenta, en gran medida, en el espectacular vestuario de Gesine Völlm, un auténtico lujo con centenares de diseños diferentes que pasean entre escalinatas fantasiosas.
El coro luce un vestuario en tono claro, resumen de las elegantes vestimentas que han imperado a lo largo de la historia. Ello resalta el lucimiento de esta sólida agrupación, el Cor de la Generalitat Valenciana, dirigido por Jordi Blanch Tordera, que demostró de sobra la solera que atesora desde hace décadas. Para el recuerdo queda ese imponente Coro de soldados del acto IV, sin desdoro de que las cuerdas femeninas estuvieran impecables en el resto de la función, pero ese momento alcanzó una especial intensidad.
Uno de los triunfadores de este Faust es, sin lugar a duda, el barítono Alex Esposito, quien asumió el camaleónico papel de Méphistophélès con arrojo y gran presencia, tanto vocal como dramática. En el transcurso de la obra, viste de maestro de ceremonias circense, Papa de Roma -impagables escenas con los monaguillos volando por los aires-, cirujano jefe, payaso blanco y, al fin, con los ropajes habituales de su condición satánica: un espléndido traje negro con capa corta y plumajes en el sombrero. Esposito repetirá en Milán este rol.
A su lado, el cantante peruano Iván Ayón-Rivas lució su bello timbre a lo largo del fantástico periplo que Goethe imagina para el personaje de Faust; en esa búsqueda un tanto angustiosa que el tenor encarnó con solvencia. En ocasiones quedó falto de una mayor presencia vocal, recorriendo el inmenso espacio escénico o tapado en cierto modo por la orquesta, pero en otros casos evidenció sus cualidades, como en la escena de la celda del quinto acto, ese conmovedor momento en que canta Mon coeur est pénétré d’epouvante, ante su amada. Durante toda la función viste un traje donde se observan extraños trazos que recuerdan la simbología satánica, lo cual tendría su sentido.
Entre ambos conjurados, Faust y Méphistophélès, aparece -nunca mejor dicho- la figura de Marguerite, vestida de bailarina y realizando equilibrios mientras hace girar su sombrilla, detalle ligado a la rueca que el personaje original empleaba para hilar. El desdoblamiento de personajes se usa con profusión en esta producción y no es una novedad: hemos visto algo similar en algunas montajes recientes. Llegamos a ver tres o cuatro clones de Marguerite, simultáneamente en escena, con el mismo aspecto, aunque sólo cante la titular Ruth Iniesta -afortunadamente-.
Centrándonos en su desempeño, la soprano de Zaragoza estuvo realmente sólida en sus intervenciones, especialmente en el tercer acto, con esa encantadora Canción del Rey Thule y la posterior Aria de las joyas. En vez del típico cofre, el escondite de las joyas fue un sombrero de copa, elemento que alcanza gran protagonismo en este montaje. También destacó Ruth Iniesta en el precioso dueto de amor del quinto acto, con delicadeza, en el que Marguerite rememora su primer encuentro con Faust, volviendo a hacer girar su sombrilla/rueca mientras camina con la vista perdida.
El recurso del desdoblamiento lo vemos también en otros personajes como Valentin -correcto, Florian Sempey–, el hermano de Marguerite, que aquí porta un espléndido vestido de payaso blanco, ridiculizando su condición de militar, siempre llevando en la mano un globito. Pacífico soldado. En un momento, hasta el mismísimo Méphistophélès aparece vestido de igual manera. Asimismo, Faust también cuenta con un actor que le acompaña, con la misma vestimenta pero más avejentado, simbolizando al anciano que realmente fue antes del pacto con el diablo. En este capítulo de mimetismos, no olvidemos que la estupenda mezzo Ekaterine Buachidze, que encarna a Siebel, ¡en una escena apareció como hermana gemela de Marguerite!
Johannes Erath puede presumir de un bagaje musical que no todos los directores escénicos poseen, puesto que fue violinista en un par de orquestas vienesas cuando era joven. Quizás por eso comenzó el tercer acto con un pequeño homenaje a su antigua posición, un juego de espejos que situó en escena un cuarteto de cuerdas y un director, ante la proyección de un teatro de ópera. Por un momento, Lorenzo Viotti tenía frente a él a otro director de orquesta.
Aquí conviene que nos detengamos en otro de los puntales de esta producción: haber contado con la presencia de Lorenzo Viotti en el podio, un director que ya se ha puesto al frente de las más grandes agrupaciones sinfónicas del planeta. Supo extraer finos detalles de la rutilante Orquestra de la Comunitat Valenciana, siempre empleando moderados ‘tempi’, bajo una concepción general muy homogénea. El director suizo es una joven estrella por la que muchas orquestas suspiran. De hecho, reconozcamos que algunos suspiros despertó, no sólo por su magistral manejo de la batuta, sino por la planta que luce.
Como hemos comentado, la puesta en escena deslumbra por su gran potencia visual, tras la que se presume una tremenda complejidad técnica. Quizás sea lo más destacable de este montaje, pero tal empeño por incorporar elementos a la escena puede acabar resultando abrumadora. La superposición de planos donde se observan proyecciones, personajes doblados o incluso triplicados, figurantes, efectos lumínicos, cortinajes y alguna reiteración -¡Ay, esa luna llena!-, todo en constante movimiento, llega a constituir un intrincado alarde que impacta en la concentración del espectador.
Es cierto que, entre esa maraña de visiones, podemos recordar numerosas imágenes de una plasticidad subyugante, estampas de inusitado atractivo, pero el resultado final deja el regusto de una melopea visual. Gozosa en la mayoría de los casos, pero embriagadora por momentos. El quinto y último acto, quizás como consecuencia del atracón de los ‘cuatro platos’ servidos hasta ese momento, resultó algo confuso y, por momentos, incomprensible. En cualquier caso, puso rúbrica a una jornada intensa, repleta de estímulos y de gran música, bajo una producción de primera línea.
Las cálidas noches de Valencia en esta época del año y las privilegiadas vistas que una atalaya como el Palau Les Arts ofrecen durante los descansos, son elementos que forman parte de la experiencia. Asomarse a la balconada para admirar la luna de Valencia es una forma de aprovechar la vida en plenitud, sin que tengamos que recurrir a pactos diabólicos para alcanzar aquello que se nos escapó entre los dedos. ¡Vivan y gocen, en la ópera y fuera de ella!
‘Faust’, de Charles Gounod, es el primer título de la temporada en Palau Les Arts de Valencia, donde se representará hasta el 15 de octubre
El Palau Les Arts de Valencia ha comenzado su temporada operística de manera brillante y ambiciosa, con una nueva coproducción de gran calidad, como corresponde a un teatro que aspira a constituirse en referente del panorama nacional e internacional. Así lo demuestra el resto de teatros que colaboran en esta producción de Faust, de Charles Gounod: Teatro alla Scala de Milán, donde cerrará la temporada 2025-26; Staatsoper Unter den Linden de Berlín y Teatro Real de Madrid.
Faust, es una ópera de grandes proporciones: cinco actos y una duración de casi cuatro horas (con descansos incluidos). Se estrenó en 1859 incluyendo diálogos que fueron posteriormente eliminados, con un libreto basado en el famoso drama de Goethe, publicado en dos partes en 1808 y 1832, pero todavía en mayor medida en Faust et Marguerite, de Michel Carré, de donde provienen algunas acciones reflejadas en la ópera de Gounod que no están en la obra de Goethe.
Johann Wolfgang von Goethe (1749-1822) reflejó en su intrincado drama de Fausto -que casi nadie ha acabado pero se alaba como fundamental en la historia de la literatura-esa ansiedad del ser humano que ve cómo el tiempo se le agotó sin haber disfrutado de la vida. Dedicado a la erudición y la virtud, el amor pasó de largo tras las ventanas de su estudio, y apenas advirtió el rumor del bullicio en las plazas y calles. Ese vacío existencial encuentra una segunda oportunidad brindada por un enigmático personaje, Méphistophélès, quien le propone regresar a una juventud que le permitirá gozar de todo lo que parecía perdido. El diablo le pide el alma a cambio y él accede.

El director de escena, Johannes Erath, se erige en el gran protagonista de este Fausto versión 2025. Propone una visión antirromántica de esta epopeya, en la que los enamorados apenas entran en contacto o cruzan sus miradas. Nos adentra en un universo caleidoscópico, abigarrado y excesivo, hipnótico por momentos, poblado por espirales y sombrillas giratorias, anillos luminosos y discos hacia los que viajan cuchillos en cámara lenta -¿homenaje a Peter Brook?-. Podría verse como el catálogo de estímulos de los que se ha visto privado el protagonista en su triste existencia.
Faust y Méphistophélès firman el pacto que les une de por vida, en un primer acto donde impera la oscuridad, acrecentada por el uso de un fino velo que matiza todavía más la escena hasta sumirla en una penumbra donde es difícil advertir ningún detalle. Tras ese primer acto, donde la música se percibe sin ninguna perturbación y la calidad orquestal queda patente, comienza a surgir la fantasía escénica ideada por Erath. Como contraste rotundo, se despliega a partir de ese momento un carrusel de sorpresas escénicas que nos adentran en el mundo de la representación, con gran protagonismo de la estética circense. Todo ello se sustenta, en gran medida, en el espectacular vestuario de Gesine Völlm, un auténtico lujo con centenares de diseños diferentes que pasean entre escalinatas fantasiosas.

El coro luce un vestuario en tono claro, resumen de las elegantes vestimentas que han imperado a lo largo de la historia. Ello resalta el lucimiento de esta sólida agrupación, el Cor de la Generalitat Valenciana, dirigido por Jordi Blanch Tordera, que demostró de sobra la solera que atesora desde hace décadas. Para el recuerdo queda ese imponente Coro de soldados del acto IV, sin desdoro de que las cuerdas femeninas estuvieran impecables en el resto de la función, pero ese momento alcanzó una especial intensidad.
Uno de los triunfadores de este Faust es, sin lugar a duda, el barítono Alex Esposito, quien asumió el camaleónico papel de Méphistophélès con arrojo y gran presencia, tanto vocal como dramática. En el transcurso de la obra, viste de maestro de ceremonias circense, Papa de Roma -impagables escenas con los monaguillos volando por los aires-, cirujano jefe, payaso blanco y, al fin, con los ropajes habituales de su condición satánica: un espléndido traje negro con capa corta y plumajes en el sombrero. Esposito repetirá en Milán este rol.

A su lado, el cantante peruano Iván Ayón-Rivas lució su bello timbre a lo largo del fantástico periplo que Goethe imagina para el personaje de Faust; en esa búsqueda un tanto angustiosa que el tenor encarnó con solvencia. En ocasiones quedó falto de una mayor presencia vocal, recorriendo el inmenso espacio escénico o tapado en cierto modo por la orquesta, pero en otros casos evidenció sus cualidades, como en la escena de la celda del quinto acto, ese conmovedor momento en que canta Mon coeur est pénétré d’epouvante, ante su amada. Durante toda la función viste un traje donde se observan extraños trazos que recuerdan la simbología satánica, lo cual tendría su sentido.
Entre ambos conjurados, Faust y Méphistophélès, aparece -nunca mejor dicho- la figura de Marguerite, vestida de bailarina y realizando equilibrios mientras hace girar su sombrilla, detalle ligado a la rueca que el personaje original empleaba para hilar. El desdoblamiento de personajes se usa con profusión en esta producción y no es una novedad: hemos visto algo similar en algunas montajes recientes. Llegamos a ver tres o cuatro clones de Marguerite, simultáneamente en escena, con el mismo aspecto, aunque sólo cante la titular Ruth Iniesta -afortunadamente-.

Centrándonos en su desempeño, la soprano de Zaragoza estuvo realmente sólida en sus intervenciones, especialmente en el tercer acto, con esa encantadora Canción del Rey Thule y la posterior Aria de las joyas. En vez del típico cofre, el escondite de las joyas fue un sombrero de copa, elemento que alcanza gran protagonismo en este montaje. También destacó Ruth Iniesta en el precioso dueto de amor del quinto acto, con delicadeza, en el que Marguerite rememora su primer encuentro con Faust, volviendo a hacer girar su sombrilla/rueca mientras camina con la vista perdida.
El recurso del desdoblamiento lo vemos también en otros personajes como Valentin -correcto, Florian Sempey-, el hermano de Marguerite, que aquí porta un espléndido vestido de payaso blanco, ridiculizando su condición de militar, siempre llevando en la mano un globito. Pacífico soldado. En un momento, hasta el mismísimo Méphistophélès aparece vestido de igual manera. Asimismo, Faust también cuenta con un actor que le acompaña, con la misma vestimenta pero más avejentado, simbolizando al anciano que realmente fue antes del pacto con el diablo. En este capítulo de mimetismos, no olvidemos que la estupenda mezzo Ekaterine Buachidze, que encarna a Siebel, ¡en una escena apareció como hermana gemela de Marguerite!

Johannes Erath puede presumir de un bagaje musical que no todos los directores escénicos poseen, puesto que fue violinista en un par de orquestas vienesas cuando era joven. Quizás por eso comenzó el tercer acto con un pequeño homenaje a su antigua posición, un juego de espejos que situó en escena un cuarteto de cuerdas y un director, ante la proyección de un teatro de ópera. Por un momento, Lorenzo Viotti tenía frente a él a otro director de orquesta.
Aquí conviene que nos detengamos en otro de los puntales de esta producción: haber contado con la presencia de Lorenzo Viotti en el podio, un director que ya se ha puesto al frente de las más grandes agrupaciones sinfónicas del planeta. Supo extraer finos detalles de la rutilante Orquestra de la Comunitat Valenciana, siempre empleando moderados ‘tempi’, bajo una concepción general muy homogénea. El director suizo es una joven estrella por la que muchas orquestas suspiran. De hecho, reconozcamos que algunos suspiros despertó, no sólo por su magistral manejo de la batuta, sino por la planta que luce.

Como hemos comentado, la puesta en escena deslumbra por su gran potencia visual, tras la que se presume una tremenda complejidad técnica. Quizás sea lo más destacable de este montaje, pero tal empeño por incorporar elementos a la escena puede acabar resultando abrumadora. La superposición de planos donde se observan proyecciones, personajes doblados o incluso triplicados, figurantes, efectos lumínicos, cortinajes y alguna reiteración -¡Ay, esa luna llena!-, todo en constante movimiento, llega a constituir un intrincado alarde que impacta en la concentración del espectador.
Es cierto que, entre esamaraña de visiones, podemos recordar numerosas imágenes de una plasticidad subyugante, estampas de inusitado atractivo, pero el resultado final deja el regusto de una melopea visual. Gozosa en la mayoría de los casos, pero embriagadora por momentos. El quinto y último acto, quizás como consecuencia del atracón de los ‘cuatro platos’ servidos hasta ese momento, resultó algo confuso y, por momentos, incomprensible. En cualquier caso, puso rúbrica a una jornada intensa, repleta de estímulos y de gran música, bajo una producción de primera línea.

Las cálidas noches de Valencia en esta época del año y las privilegiadas vistas que una atalaya como el Palau Les Arts ofrecen durante los descansos, son elementos que forman parte de la experiencia. Asomarse a la balconada para admirar la luna de Valencia es una forma de aprovechar la vida en plenitud, sin que tengamos que recurrir a pactos diabólicos para alcanzar aquello que se nos escapó entre los dedos. ¡Vivan y gocen, en la ópera y fuera de ella!
20MINUTOS.ES – Cultura