Una cita de Blas de Otero, una referencia a Francisco Umbral y su «Diccionario de la literatura» que hace de José Ángel Mañas canon. Leí el libro cuando salió. Recuerdo, no sé el porqué, que escribía antildiendofdeguorld en vez de Until the end of the world. La película de Wenders, no el tema de U2. Él, como todos, como la generación penúltima y penúltima, comienza con el Señor de los Anillos, los clásicos ilustrados, Julio Verne, Salgari. Era el comienzo de los noventa. Imagino pedirle a mi madre que haga una foto de los libros que todavía están en mi cuarto.
Hace unos meses, hablando con mi maestro y amigo Fernando Sanmartín, sobre los premios literarios (él y yo hemos ganado alguno, él más que yo y con más méritos), me decía, me recordaba, punteando con su sapiencia: «Piensa, Octavio, que Carmen Laforet, en pleno franquismo, una desconocida, gana el premio Nadal en 1944. Un manuscrito. Punto». Ahora hay que ser ya famoso para poder llevarse cualquier premio de nivel. Habla Mañas de «El Jarama». Una novela salvaje de 1955 de Rafael Sánchez Ferlosio. Mañas, tan sencillo, como sentarse, escribir, encuadernar, agarrar una revista de literatura, buscar el premio y las bases. Mandarlo. Probar ganar, manuscrito y premio. Finalista.
Salvajes, el binomio entre Madrid y Barcelona. No puedo olvidar aquellos años. Entre el BUP y la universidad. La lista, la lista, Ray Loriga, Benjamín Prado, José Ángel Mañas… y no sabía que en la calle de al lado, en la puerta, cerca, el corazón de Félix Romeo. Me habla Mañas de «Jóvenes caníbales», la antología de terror salvaje italiano. Bajo a mi local. Encuentro los tres números que salieron (creo) en aquella colección NOTA: (Reservoir Books-Grijalbo Mondadori, 1998). Uno de ellos era una historia sobre una chica enamorada de Sideral. Eso vendría más tarde, la fama de Sideral y su muerte. Jo Alexander, «Extrañas criaturas». Venían de Italia. En Escocia Irvine Welsh, con Trainspotting. Era la mezcla perfecta entre literatura, música y cine. Los noventa, veinte años después, se volvían a juntar The Velvet Underground.
Todos los grupos de España, cantando en inglés, querían ser Lou Reed. Música anglosajona, aburrida, demente. Los últimos, destrozados por las adicciones, de la Movida, haciendo discos de risas. Encuentro una grabación de Duncan Dhu en 1992 en la Expo. Es un placer culpable. Por favor, entrad y mirad, cómo se convierte Mikel en Dave y Diego en Alan. La Unión, Miguel Bosé, sangre seca cerca de la napia, pero, chico, mejor que El Inquilino Comunista. Pero mucho peor que Fernando Alfaro, Antonio Luque, Algora, Jota… pero luego llegaremos a ello. Y a los sellos. Pero, lo importante, en España, por fin, en la literatura, se mezcla la imitación de la nueva ola americana (David Foster Wallace, Chuck Palahniuk, los dos 1996. Podría añadir más… Dennis Cooper, la madurez de Denis Johnson. Irán saliendo más nombres, más veteranos, más cercanos, Bret Easton Ellis, al que volveremos en un rato, claro).
La literatura española, no nos dimos cuenta, empezó a ilusionarnos, nos animó, nos ofreció un lugar, un espacio creativo en el que la música se ahogaba. Un espacio reseco y los guachi guachi… creo que esta teoría vale. Vale porque yo no tenía ni veinte años y gracias a José Ángel Mañas y Ray Loriga quise escribir. Y ahora, pobre funcionario triste de instituto, escribo. No seré el único. La música, U2 yendo a Berlin. La caída. Las guitarras y la electrónica. Eso era la respuesta. Punk y modernidad. Iggy Pop y Chemical Brothers, Orbital y Underworld. Y Tricky y Moby y Daft Punk. Pero, sobre todo, Brian Eno otra vez. El que no era músico, como el que no era escritor.
¿Y el cine español? Con qué poco nos volvíamos locos, con aquel Álex de la Iglesia (y Evelio y un poco ya Guillermo del Toro, y los Amores perros y «Y tu mamá también») o Alejandro Amenábar, con Tesis (y Amenábar, que era listo, puso a Chucho en la banda sonora)… cine de género. ¿Te acuerdas cuando estrenaron «Los sin nombre» de Balagueró? Vale que era 1999 pero buff. No sabía quién era Ramsey Campbell. Sí, Mañas nombra varios más. Yo nombro otro, Antártida, de 1995, con Manuel Huerga, con la música de John Cale, la última grabación de casi toda la Velvet, la versión de Jim Carroll, María Caníbal, el libro de Francisco Casavella (pensábamos que Casavella iba a ser para siempre). Y volveremos al cine. Volveremos por dos cosas, sus adaptaciones y cómo Juan Diego Botto ayudó al advenimiento del rock argentino (las calaveras, los diablitos, en general).
El éxito, el cine, Madrid, Malasaña. Nos detenemos en Roger Wolfe. Encuentro el libro, Babilonia Está Ardiendo, editado por Visor. Vino a Zaragoza para unos encuentros en el Campus. Guardo la firma, año 1998. Luego, en los años de la enfermedad y las librerías de segunda mano, me hice con los cuadernillos que se publicaban en aquellos recitales. No he encontrado el de Roger Wolfe, pero no cejo, ya sabe. Me acuerdo de aquel pipeteando la carpeta. Roger Wolfe traductor.
Aquel artículo en El Mundo, la ginebra, la gran resaca, Irvine Welsh y Lou Reed. De pronto, la memoria, el incidente con Diego Marín en Logroño. Antes me invitaban más a Logroño. No sé. Lo extraño. Diego Marín sacó un libro bastante interesante en Xordica. En el cambio de siglo publicar en Xordica o en Olifante era rock, era ser una estrella.
Zaragoza. El Blues. ¿Te acuerdas de Las Puertas de la Percepción? Y los chupitos en el Espejo de John Daniels, allí decidimos llamar a nuestro fanzine Confesiones de Margot, allí pillábamos los ejemplares de Monográfico. Leía Monográfico como leía a Mañas y Loriga, no tenía mucho dinero, así que los libros eran menos que las revistas, los fanzines, el papel. El Monográfico, la mejor guía de bares, de garitos chulos antes de internet. Extraño al tipo que leía el Monográfico y soñaba con escribir. Mucho.
Bukowsky, aprovechando que estamos en Roger Wolfe, el Wolfe que seguiría en contacto con el rock, con Diego Vasallo y un poco con Rafa Berrio, Roger Wolfe que publicaba en Visor y que tuvo una de las primeras habitaciones en este Motel Margot. Wolfe se la lía a Mañas con Bukowsky. Yo, cuando leía a Mañas, preferías al viejo indecente antes que a Cela. Ahora no. No sé si es cuestión de edad o de sapiencia. También prefiero a Fresán. Prefiero a Fresán sobre todas las cosas. Pero, en su momento, me banqué a Charles, entero. Me compré todos los compactos de Anagrama en el antiguo kiosco del puerto de Salou. Veranos de BUP, sí, ya os lo he dicho.
Chup, chup de Australian Blonde (unos años más tarde conocí a Fran Nixon, ya llegaremos a ese momento), me flipaba, claro. Me compré el Pizza pop, todavía está en casa de mis padres, me compré la banda sonora de «Historias del Kronen». Me gustaba “No hay sitio para ti” que era la música que sonaba en el tráiler de la película. Subterfuge con Dover y los que cantaban en inglés, Undrop… y Silvia, (“Killer Barbies / Aneurol 50” (Single de vinilo de 7’’) Grupo(s): The Killer Barbies y Aneurol 50, Fecha de publicación: 1995), Silvia nos volvía locos. Fui al cine a ver la de Jess Franco, luego, en el VHS, parando, a ver si podíamos apreciar la anatomía de Silvia. Ahora, la sigo por IG, es una mujer de bandera. Los gustos no cambian, mejoran. Cada día canta mejor. Silvia y Berlanga&Canut.
En los fanzines de Subterfuge aprendí más que con las canciones de Subterfuge. En sus mixtapes, con Plastilina Mosh, The Cramps, Divine, Chucho, tebeos, los beatniks… y Antonio Birabent. Y Sr. Nadie. Claro, encuentro una entrevista a Mañas, elige la canción de Sexy Sadie. Pero va al fallo, como decíamos entonces, porque elige, la canción en español. Intuición, te pone el alma dura. La sopa de cebolla rehecha por Big Toxic, Big Toxic y Carlos Jean, las remezclas, el katovit, Fangoria…
Cuando llega al momento del éxito, de tener un agente literario, un mito, Carmen Balcells. La idea de una colección de cromos de autores. Pienso en el libro de Galaxia Gutenberg, Los genios de Jaime Bayly, ahí estaba todo, o casi todo. Y el Boom, Jorge Edwards, toda esa narrativa que hacía del extrañismo algo necesario. No sabía la potencia de los cincuenta, no sabía nada de Concha Alós, Mercedes Salisachs, Ignacio Aldecoa o, por supuesto, Miguel, Camilo y Paco.
Hablando de cine. Hablando de versiones. Me lanzo. Me lo permito, que las reseñas ya están muy vistas. Primero vamos a hablar de Bret Easton Ellis. El paralelismo entre las adaptaciones de Historias del Kronen y Menos que cero… lo poco que se parecen, como si fueran dos historias distintas. La complejidad de Bret, Robert pasado de chinos, la sangre, otra vez la sangre, las pipas, el calimocho, Juan Diego Botto. Botto era demasiado guapo. No me lo creo. No necesitaba nada, si le caían las chavalas encima. Antes de ser un mártir de la izquierda. Demasiado guapo y demasiado fácil, pasar de Historias del Kronen a Martín (Hache) y luego, claro, el abismo. Botto con la guitarra eléctrica, forzando acento.
Y Andrés Calamaro que había llegado en 1990 escapando del Plan Austral, en calle Pez, esperando a Javier Corcobado, en aguas peligrosas, deep camboya, mientras los Pleasure Fuckers y Sex Museums sacaban fotocopias de fotocopias. Botto, que aprendas a tocar la guitarra. Libro y película. La película funciona. O eso recuerdo. Como funcionó Trainspotting. La gracia del rock, la cocaína, el momento, el lugar.
En Mensaka, el último de los libros que compré. Me gustó. La película. Me cuesta distinguir Mensaka de alguna de esas de los lados de la cama. Y de Todo es mentira, me cuesta, lo siento. Gustavo Salmerón. Guillermo Toledo. María Esteve. Y la escena de la glencha en el postre. Ay. Gustavo y Willy. Esa escena convierte la película, otra vez, en el enésimo lado de la cama. Para la cena, de postre, la cara de mala leche de su mujer.
Pirulas, Jane says, qué chula. Si te gusta Sugar Kane y Jane Says no es que te gusten los noventa, lo siento. Ya, ya lo sé. Tenía una camiseta del Ché, la de Rage Against de Machine. Qué vergüenza, Octavio. Katovit. Mañas, guionista, con un bar, como los Gabinete Caligari con Cuatro rosas. Y, como dice Mañas, chico, un buen Dyc con cocacola es gloria. Que se lo digan a mi amigo Sergio Algora.
Los años setenta, Pamplona, eso parece Historias del Kronen. Lo siento. La película digo. Igual es lo que quería hacer el director. En vez de cocaína, speed, playas, muchas playas. Demasiadas playas. Un tipo, claro, Botto, que liga, tiene a todas las mujeres que quiere. Liga demasiado fácil. Mesas con pipas, cáscaras, maíces, panizo. No vale.
Me entero de que Bruno Galindo se encargó de la selección musical. Repaso el listado. Está aquí, cerca. Compré el cedé y me desilusioné. Quizá no hubiera sido la mixtape que yo hubiera hecho. Pero en aquel entonces Bruno Galindo era el que más sabía de hacer mezclas en España. Hoy no se queda atrás (tengo que revisar su libro sobre periodismo musical, voy a escribir un texto, un artículo), pero no es lo mismo. En aquel momento era nivel DIOS. ¿Todo el catálogo era de Subterfuge? No. Edel Música, Radiation Records, Emi con TerrorVision. Ay, ya lo sabía yo, los Dios Oiuka con M.C.D.
Hace unas líneas hablaba de Pamplona, me acabo de dar cuenta. Empieza a estar más claro. Ariola. La de Sabina. RCA, BMG. Siempre me pareció demasiado punk-rock de calimochero, pero los noventa empezaban a ser Velvet Underground. Lou Reed cantaba sobre los narcóticos, pero se inyectaba velocidad. Poca coherencia doy, lo asumo. Y falta, claro, Sr. Nadie de Sexy Sadie. Debería haber aparecido. Sí. Me encuentro los fanzines de Subterfuge. Y me encuentro también que es la canción favorita de la época de Mañas. ¿Os acordáis de otro tema? «In the water», pero la versión de Sunflowers, un grupo de Mallorca, que aparecía en uno de los recopilatorios de Subterfuge.
Mañas no evita las minas. No sé si estarán desactivadas hoy, pero seguro que entonces no. Conoce a Ray Loriga. Cuando la Rosenvinge conoció a Loriga se hizo motera, cuando Loriga conoció a García-Alix, se hizo… motero también. NO sé. Me acuerdo, no sé si alguno de los que lee esto le parecerá acertada la metáfora, como dijo Pipo Cipollati, «Cuando Fabiana conoció a Fito se hizo comunista. Charly García aún se sigue riendo». Luego, claro, se juntó con Cecilia y se pasaban el día intoxicados con champán y sustancias en Miami mientras extrañaban La Habana.
Volvemos a los noventa. El artículo de prensa en la que hablaban de Benjamín, Ray, Christina… siguiendo a Dylan por toda la península. A Prado ya le iban llegando premios. Y eso que no arrancaba como novelista a pesar de que P&J, en la colección tapa negra, tapa dura, se gastaba el dinero en fotografías de Kurt Cobain. Benjamín pasó de Aerosmith a Joaquín, de Kerouac a García-Montero y todo con una velocidad, acelerados de progresismo... Hasta llegar a la pureza más absoluta de la izquierda. Y algún premio. Luego llegarían premios para Ray. Ya llegaremos a eso
Me gusta la idea, que creo es cierta, de que Ray Loriga es, junto a Enrique Bunbury, la única rockstar española. Lo importante de todo esto, de todo aquello, es que España, mi generación, la cultura NECESITABA ESTRELLAS DEL ROCK. Respeto a Ray Loriga. Superado el síndrome de tercero de BUP que considera Caídos del cielo/La pistola de mi hermano una novela de canon, necesaria, potente. Vuelvo un segundo. Pasé años buscando la versión de «Tokyo ya no nos quiere» en Plaza&Janés, portada negra, tapa dura. Porque esa sí que es una novela imprescindible.
Cuando Ray Loriga se dio cuenta de que había que alimentarse de Ballard. Los mejores libros de Loriga llegaron cuando dejó el rock. Constantino Bértolo, autenticidad, aguante. Loriga es aristocracia de El Europeo, de García-Alix, de El Ángel… al final, entre dos generaciones, la Generación Kronen vs. Generación Nocilla. En realidad, sí que eran necesarios esos libros, esas novelitas, esas pistolas, esos héroes para que los veinteañeros, para que yo mismo, nos animáramos a escribir. Fanzines, fotos, grapas.
Di no a los blogs. Escribir, intentarlo. No parar. Aquí, en agosto, funcionario de provincias. Buscando editorial. Intentando alcanzar el manuscrito definitivo.
Berlín. Era el momento de Berlín. Lust&Sound, en formato físico. Blixa y Nick Cave. Admitir que eso era lo que daba morbo. Tras la caída del mundo, poco antes de la Caída del Muro. U2, que hablamos antes de ello. La trilogía de Bowie, Brian Eno. El club de los Bad Seeds convertido en una frutería, la flecha rota de Depeche Mode. Los Hansa Estudios, claro.
De Berlín, en los noventa, a Buenos Aires una década más tarde. Siempre Londres. Pero, sin duda, los cambios de perspectiva urbana son fundamentales para entender la evolución cultural. La autenticidad muta. 2002 en Buenos Aires frente a Berlín en 1992. Una década. Más tarde, unos años más tarde, diez, ocho, seis, Agustín Fernández Mallo mezcla Mallorca, Albacete y USA. Pero, en realidad, es un SecondLife digital. Te marchaste a Buenos Aires, a mí qué me importa, dice. Por dar un apunte de generación.
En la segunda parte, quizá es una mezcla, Lejos de Madrid, lejos de Berlín, en realidad, funciona como canción oscura de Fito Páez. Ascuas y sardina. Llega el momento de realidad, 1998 el año final de TDK, el final de Katovit, el de «Una semana en el motor de un autobús» de Los Planetas (y también de «Paulus e Irene» de Sergio Algora y «El escarabajo más grande de Europa»). Cita de «Desaparecer», Jota es otra estrella del rock, ese modo, contradicción, plata y piscina. El instante de la clase media.
¿Desplazamos a Granada? No solo por Los Planetas, también por la herencia de 091 o Surfin Bichos, un poco Sr. Chinarro y mucho Omega de Morente&Lagartija Nick. Piso de Madrid para Roger Wolfe. Podría dejárselo a Andrés, en su Camboya Profundo, grabando, vuelvo a contarlo, el tema del TDK, grabadoras portátiles.
Los Planetas culminan la renovación de la cultura en España. Comienza la postmodernidad. Lo anglosajón ha muerto, viva Andrés Calamaro
Matrimonio, viajes, fuera de España, un escribir, Madrid se fue, Malasaña por Toulosue. Y, sin darse cuenta, Mañas se acerca al viraje, entre el Londres de Oasis y el Buenos Aires de Fabulosos Cadillacs está el Toulouse de Zebda. Entre medio, las músicas del mundo. Se acabó el inglés: francés, italiano y portugués. Zebda, Jovanotti y la recuperación de Os Mutantes por David Byrne.
Casado, Mañas tiene que escribir una novela. Aquí, lo admito, le pierdo el paso, menos mal que está mi amigo Nacho Escuín que lo tiene todo. Recuerdo, eso sí, la admiración cuando empezó con la novela histórica. Me di cuenta de que Mañas era un narrador auténtico. El sábado, la segunda parte.
Autobiografía generacional, Mañas frente a la historia.
Una cita de Blas de Otero, una referencia a Francisco Umbral y su «Diccionario de la literatura» que hace de José Ángel Mañas canon. Leí el libro cuando salió. Recuerdo, no sé el porqué, que escribía antildiendofdeguorld en vez de Until the end of the world. La película de Wenders, no el tema de U2. Él, como todos, como la generación penúltima y penúltima, comienza con el Señor de los Anillos, los clásicos ilustrados, Julio Verne, Salgari. Era el comienzo de los noventa. Imagino pedirle a mi madre que haga una foto de los libros que todavía están en mi cuarto.

Hace unos meses, hablando con mi maestro y amigo Fernando Sanmartín, sobre los premios literarios (él y yo hemos ganado alguno, él más que yo y con más méritos), me decía, me recordaba, punteando con su sapiencia: «Piensa, Octavio, que Carmen Laforet, en pleno franquismo, una desconocida, gana el premio Nadal en 1944. Un manuscrito. Punto». Ahora hay que ser ya famoso para poder llevarse cualquier premio de nivel. Habla Mañas de «El Jarama». Una novela salvaje de 1955 de Rafael Sánchez Ferlosio. Mañas, tan sencillo, como sentarse, escribir, encuadernar, agarrar una revista de literatura, buscar el premio y las bases. Mandarlo. Probar ganar, manuscrito y premio. Finalista.

Salvajes, el binomio entre Madrid y Barcelona. No puedo olvidar aquellos años. Entre el BUP y la universidad. La lista, la lista, Ray Loriga, Benjamín Prado, José Ángel Mañas… y no sabía que en la calle de al lado, en la puerta, cerca, el corazón de Félix Romeo. Me habla Mañas de «Jóvenes caníbales», la antología de terror salvaje italiano. Bajo a mi local. Encuentro los tres números que salieron (creo) en aquella colección NOTA: (Reservoir Books-Grijalbo Mondadori, 1998). Uno de ellos era una historia sobre una chica enamorada de Sideral. Eso vendría más tarde, la fama de Sideral y su muerte. Jo Alexander, «Extrañas criaturas». Venían de Italia. En Escocia Irvine Welsh, con Trainspotting. Era la mezcla perfecta entre literatura, música y cine. Los noventa, veinte años después, se volvían a juntar The Velvet Underground.

Todos los grupos de España, cantando en inglés, querían ser Lou Reed. Música anglosajona, aburrida, demente. Los últimos, destrozados por las adicciones, de la Movida, haciendo discos de risas. Encuentro una grabación de Duncan Dhu en 1992 en la Expo. Es un placer culpable. Por favor, entrad y mirad, cómo se convierte Mikel en Dave y Diego en Alan. La Unión, Miguel Bosé, sangre seca cerca de la napia, pero, chico, mejor que El Inquilino Comunista. Pero mucho peor que Fernando Alfaro, Antonio Luque, Algora, Jota… pero luego llegaremos a ello. Y a los sellos. Pero, lo importante, en España, por fin, en la literatura, se mezcla la imitación de la nueva ola americana (David Foster Wallace, Chuck Palahniuk, los dos 1996. Podría añadir más… Dennis Cooper, la madurez de Denis Johnson. Irán saliendo más nombres, más veteranos, más cercanos, Bret Easton Ellis, al que volveremos en un rato, claro).

La literatura española, no nos dimos cuenta, empezó a ilusionarnos, nos animó, nos ofreció un lugar, un espacio creativo en el que la música se ahogaba. Un espacio reseco y los guachi guachi… creo que esta teoría vale. Vale porque yo no tenía ni veinte años y gracias a José Ángel Mañas y Ray Loriga quise escribir. Y ahora, pobre funcionario triste de instituto, escribo. No seré el único. La música, U2 yendo a Berlin. La caída. Las guitarras y la electrónica. Eso era la respuesta. Punk y modernidad. Iggy Pop y Chemical Brothers, Orbital y Underworld. Y Tricky y Moby y Daft Punk. Pero, sobre todo, Brian Eno otra vez. El que no era músico, como el que no era escritor.

¿Y el cine español? Con qué poco nos volvíamos locos, con aquel Álex de la Iglesia (y Evelio y un poco ya Guillermo del Toro, y los Amores perros y «Y tu mamá también») o Alejandro Amenábar, con Tesis (y Amenábar, que era listo, puso a Chucho en la banda sonora)… cine de género. ¿Te acuerdas cuando estrenaron «Los sin nombre» de Balagueró? Vale que era 1999 pero buff. No sabía quién era Ramsey Campbell. Sí, Mañas nombra varios más. Yo nombro otro, Antártida, de 1995, con Manuel Huerga, con la música de John Cale, la última grabación de casi toda la Velvet, la versión de Jim Carroll, María Caníbal, el libro de Francisco Casavella (pensábamos que Casavella iba a ser para siempre). Y volveremos al cine. Volveremos por dos cosas, sus adaptaciones y cómo Juan Diego Botto ayudó al advenimiento del rock argentino (las calaveras, los diablitos, en general).

El éxito, el cine, Madrid, Malasaña. Nos detenemos en Roger Wolfe. Encuentro el libro, Babilonia Está Ardiendo, editado por Visor. Vino a Zaragoza para unos encuentros en el Campus. Guardo la firma, año 1998. Luego, en los años de la enfermedad y las librerías de segunda mano, me hice con los cuadernillos que se publicaban en aquellos recitales. No he encontrado el de Roger Wolfe, pero no cejo, ya sabe. Me acuerdo de aquel pipeteando la carpeta. Roger Wolfe traductor.

Aquel artículo en El Mundo, la ginebra, la gran resaca, Irvine Welsh y Lou Reed. De pronto, la memoria, el incidente con Diego Marín en Logroño. Antes me invitaban más a Logroño. No sé. Lo extraño. Diego Marín sacó un libro bastante interesante en Xordica. En el cambio de siglo publicar en Xordica o en Olifante era rock, era ser una estrella.

Zaragoza. El Blues. ¿Te acuerdas de Las Puertas de la Percepción? Y los chupitos en el Espejo de John Daniels, allí decidimos llamar a nuestro fanzine Confesiones de Margot, allí pillábamos los ejemplares de Monográfico. Leía Monográfico como leía a Mañas y Loriga, no tenía mucho dinero, así que los libros eran menos que las revistas, los fanzines, el papel. El Monográfico, la mejor guía de bares, de garitos chulos antes de internet. Extraño al tipo que leía el Monográfico y soñaba con escribir. Mucho.

Bukowsky, aprovechando que estamos en Roger Wolfe, el Wolfe que seguiría en contacto con el rock, con Diego Vasallo y un poco con Rafa Berrio, Roger Wolfe que publicaba en Visor y que tuvo una de las primeras habitaciones en este Motel Margot. Wolfe se la lía a Mañas con Bukowsky. Yo, cuando leía a Mañas, preferías al viejo indecente antes que a Cela. Ahora no. No sé si es cuestión de edad o de sapiencia. También prefiero a Fresán. Prefiero a Fresán sobre todas las cosas. Pero, en su momento, me banqué a Charles, entero. Me compré todos los compactos de Anagrama en el antiguo kiosco del puerto de Salou. Veranos de BUP, sí, ya os lo he dicho.

Chup, chup de Australian Blonde (unos años más tarde conocí a Fran Nixon, ya llegaremos a ese momento), me flipaba, claro. Me compré el Pizza pop, todavía está en casa de mis padres, me compré la banda sonora de «Historias del Kronen». Me gustaba “No hay sitio para ti” que era la música que sonaba en el tráiler de la película. Subterfuge con Dover y los que cantaban en inglés, Undrop… y Silvia, (“Killer Barbies / Aneurol 50” (Single de vinilo de 7’’) Grupo(s): The Killer Barbies y Aneurol 50, Fecha de publicación: 1995), Silvia nos volvía locos. Fui al cine a ver la de Jess Franco, luego, en el VHS, parando, a ver si podíamos apreciar la anatomía de Silvia. Ahora, la sigo por IG, es una mujer de bandera. Los gustos no cambian, mejoran. Cada día canta mejor. Silvia y Berlanga&Canut.

En los fanzines de Subterfuge aprendí más que con las canciones de Subterfuge. En sus mixtapes, con Plastilina Mosh, The Cramps, Divine, Chucho, tebeos, los beatniks… y Antonio Birabent. Y Sr. Nadie. Claro, encuentro una entrevista a Mañas, elige la canción de Sexy Sadie. Pero va al fallo, como decíamos entonces, porque elige, la canción en español. Intuición, te pone el alma dura. La sopa de cebolla rehecha por Big Toxic, Big Toxic y Carlos Jean, las remezclas, el katovit, Fangoria…


Cuando llega al momento del éxito, de tener un agente literario, un mito, Carmen Balcells. La idea de una colección de cromos de autores. Pienso en el libro de Galaxia Gutenberg, Los genios de Jaime Bayly, ahí estaba todo, o casi todo. Y el Boom, Jorge Edwards, toda esa narrativa que hacía del extrañismo algo necesario. No sabía la potencia de los cincuenta, no sabía nada de Concha Alós, Mercedes Salisachs, Ignacio Aldecoa o, por supuesto, Miguel, Camilo y Paco.

Hablando de cine. Hablando de versiones. Me lanzo. Me lo permito, que las reseñas ya están muy vistas. Primero vamos a hablar de Bret Easton Ellis. El paralelismo entre las adaptaciones de Historias del Kronen y Menos que cero… lo poco que se parecen, como si fueran dos historias distintas. La complejidad de Bret, Robert pasado de chinos, la sangre, otra vez la sangre, las pipas, el calimocho, Juan Diego Botto. Botto era demasiado guapo. No me lo creo. No necesitaba nada, si le caían las chavalas encima. Antes de ser un mártir de la izquierda. Demasiado guapo y demasiado fácil, pasar de Historias del Kronen a Martín (Hache) y luego, claro, el abismo. Botto con la guitarra eléctrica, forzando acento.

Y Andrés Calamaro que había llegado en 1990 escapando del Plan Austral, en calle Pez, esperando a Javier Corcobado, en aguas peligrosas, deep camboya, mientras los Pleasure Fuckers y Sex Museums sacaban fotocopias de fotocopias. Botto, que aprendas a tocar la guitarra. Libro y película. La película funciona. O eso recuerdo. Como funcionó Trainspotting. La gracia del rock, la cocaína, el momento, el lugar.

En Mensaka, el último de los libros que compré. Me gustó. La película. Me cuesta distinguir Mensaka de alguna de esas de los lados de la cama. Y de Todo es mentira, me cuesta, lo siento. Gustavo Salmerón. Guillermo Toledo. María Esteve. Y la escena de la glencha en el postre. Ay. Gustavo y Willy. Esa escena convierte la película, otra vez, en el enésimo lado de la cama. Para la cena, de postre, la cara de mala leche de su mujer.

Pirulas, Jane says, qué chula. Si te gusta Sugar Kane y Jane Says no es que te gusten los noventa, lo siento. Ya, ya lo sé. Tenía una camiseta del Ché, la de Rage Against de Machine. Qué vergüenza, Octavio. Katovit. Mañas, guionista, con un bar, como los Gabinete Caligari con Cuatro rosas. Y, como dice Mañas, chico, un buen Dyc con cocacola es gloria. Que se lo digan a mi amigo Sergio Algora.

Los años setenta, Pamplona, eso parece Historias del Kronen. Lo siento. La película digo. Igual es lo que quería hacer el director. En vez de cocaína, speed, playas, muchas playas. Demasiadas playas. Un tipo, claro, Botto, que liga, tiene a todas las mujeres que quiere. Liga demasiado fácil. Mesas con pipas, cáscaras, maíces, panizo. No vale.

Me entero de que Bruno Galindo se encargó de la selección musical. Repaso el listado. Está aquí, cerca. Compré el cedé y me desilusioné. Quizá no hubiera sido la mixtape que yo hubiera hecho. Pero en aquel entonces Bruno Galindo era el que más sabía de hacer mezclas en España. Hoy no se queda atrás (tengo que revisar su libro sobre periodismo musical, voy a escribir un texto, un artículo), pero no es lo mismo. En aquel momento era nivel DIOS. ¿Todo el catálogo era de Subterfuge? No. Edel Música, Radiation Records, Emi con TerrorVision. Ay, ya lo sabía yo, los Dios Oiuka con M.C.D.

Hace unas líneas hablaba de Pamplona, me acabo de dar cuenta. Empieza a estar más claro. Ariola. La de Sabina. RCA, BMG. Siempre me pareció demasiado punk-rock de calimochero, pero los noventa empezaban a ser Velvet Underground. Lou Reed cantaba sobre los narcóticos, pero se inyectaba velocidad. Poca coherencia doy, lo asumo. Y falta, claro, Sr. Nadie de Sexy Sadie. Debería haber aparecido. Sí. Me encuentro los fanzines de Subterfuge. Y me encuentro también que es la canción favorita de la época de Mañas. ¿Os acordáis de otro tema? «In the water», pero la versión de Sunflowers, un grupo de Mallorca, que aparecía en uno de los recopilatorios de Subterfuge.

Mañas no evita las minas. No sé si estarán desactivadas hoy, pero seguro que entonces no. Conoce a Ray Loriga. Cuando la Rosenvinge conoció a Loriga se hizo motera, cuando Loriga conoció a García-Alix, se hizo… motero también. NO sé. Me acuerdo, no sé si alguno de los que lee esto le parecerá acertada la metáfora, como dijo Pipo Cipollati, «Cuando Fabiana conoció a Fito se hizo comunista. Charly García aún se sigue riendo». Luego, claro, se juntó con Cecilia y se pasaban el día intoxicados con champán y sustancias en Miami mientras extrañaban La Habana.

Volvemos a los noventa. El artículo de prensa en la que hablaban de Benjamín, Ray, Christina… siguiendo a Dylan por toda la península. A Prado ya le iban llegando premios. Y eso que no arrancaba como novelista a pesar de que P&J, en la colección tapa negra, tapa dura, se gastaba el dinero en fotografías de Kurt Cobain. Benjamín pasó de Aerosmith a Joaquín, de Kerouac a García-Montero y todo con una velocidad, acelerados de progresismo... Hasta llegar a la pureza más absoluta de la izquierda. Y algún premio. Luego llegarían premios para Ray. Ya llegaremos a eso

Me gusta la idea, que creo es cierta, de que Ray Loriga es, junto a Enrique Bunbury, la única rockstar española. Lo importante de todo esto, de todo aquello, es que España, mi generación, la cultura NECESITABA ESTRELLAS DEL ROCK. Respeto a Ray Loriga. Superado el síndrome de tercero de BUP que considera Caídos del cielo/La pistola de mi hermano una novela de canon, necesaria, potente. Vuelvo un segundo. Pasé años buscando la versión de «Tokyo ya no nos quiere» en Plaza&Janés, portada negra, tapa dura. Porque esa sí que es una novela imprescindible.

Cuando Ray Loriga se dio cuenta de que había que alimentarse de Ballard. Los mejores libros de Loriga llegaron cuando dejó el rock. Constantino Bértolo, autenticidad, aguante. Loriga es aristocracia de El Europeo, de García-Alix, de El Ángel… al final, entre dos generaciones, la Generación Kronen vs. Generación Nocilla. En realidad, sí que eran necesarios esos libros, esas novelitas, esas pistolas, esos héroes para que los veinteañeros, para que yo mismo, nos animáramos a escribir. Fanzines, fotos, grapas.

Di no a los blogs. Escribir, intentarlo. No parar. Aquí, en agosto, funcionario de provincias. Buscando editorial. Intentando alcanzar el manuscrito definitivo.
Berlín. Era el momento de Berlín. Lust&Sound, en formato físico. Blixa y Nick Cave. Admitir que eso era lo que daba morbo. Tras la caída del mundo, poco antes de la Caída del Muro. U2, que hablamos antes de ello. La trilogía de Bowie, Brian Eno. El club de los Bad Seeds convertido en una frutería, la flecha rota de Depeche Mode. Los Hansa Estudios, claro.

De Berlín, en los noventa, a Buenos Aires una década más tarde. Siempre Londres. Pero, sin duda, los cambios de perspectiva urbana son fundamentales para entender la evolución cultural. La autenticidad muta. 2002 en Buenos Aires frente a Berlín en 1992. Una década. Más tarde, unos años más tarde, diez, ocho, seis, Agustín Fernández Mallo mezcla Mallorca, Albacete y USA. Pero, en realidad, es un SecondLife digital. Te marchaste a Buenos Aires, a mí qué me importa, dice. Por dar un apunte de generación.

En la segunda parte, quizá es una mezcla, Lejos de Madrid, lejos de Berlín, en realidad, funciona como canción oscura de Fito Páez. Ascuas y sardina. Llega el momento de realidad, 1998 el año final de TDK, el final de Katovit, el de «Una semana en el motor de un autobús» de Los Planetas (y también de «Paulus e Irene» de Sergio Algora y «El escarabajo más grande de Europa»). Cita de «Desaparecer», Jota es otra estrella del rock, ese modo, contradicción, plata y piscina. El instante de la clase media.

¿Desplazamos a Granada? No solo por Los Planetas, también por la herencia de 091 o Surfin Bichos, un poco Sr. Chinarro y mucho Omega de Morente&Lagartija Nick. Piso de Madrid para Roger Wolfe. Podría dejárselo a Andrés, en su Camboya Profundo, grabando, vuelvo a contarlo, el tema del TDK, grabadoras portátiles.
Los Planetas culminan la renovación de la cultura en España. Comienza la postmodernidad. Lo anglosajón ha muerto, viva Andrés Calamaro

Matrimonio, viajes, fuera de España, un escribir, Madrid se fue, Malasaña por Toulosue. Y, sin darse cuenta, Mañas se acerca al viraje, entre el Londres de Oasis y el Buenos Aires de Fabulosos Cadillacs está el Toulouse de Zebda. Entre medio, las músicas del mundo. Se acabó el inglés: francés, italiano y portugués. Zebda, Jovanotti y la recuperación de Os Mutantes por David Byrne.

Casado, Mañas tiene que escribir una novela. Aquí, lo admito, le pierdo el paso, menos mal que está mi amigo Nacho Escuín que lo tiene todo. Recuerdo, eso sí, la admiración cuando empezó con la novela histórica. Me di cuenta de que Mañas era un narrador auténtico. El sábado, la segunda parte.
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