La UE no ha sido parte en ningún momento de la negociación del acuerdo de paz entre Israel y Hamás que se firma este lunes en Egipto, pero la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha celebrado el paso. «El regreso de los rehenes israelíes es un momento de pura alegría para esas familias y un momento de alivio para el mundo entero. Significa que se puede pasar página. Puede comenzar un nuevo capítulo», ha escrito en redes sociales la dirigente alemana.
«Europa apoya plenamente el plan de paz promovido por Estados Unidos, Qatar, Egipto y Turquía. La finalización del acuerdo que pone fin a la guerra en Sharm el-Sheikh será un hito histórico. Estamos dispuestos a contribuir a su éxito con todas las herramientas a nuestra disposición», añadió, y habló brevemente del papel de la Unión en los siguientes capítulos del proceso. «En particular, prestando apoyo a la gobernanza y a la reforma de la Autoridad Palestina. Seremos una fuerza activa dentro del Grupo de Donantes Palestinos y proporcionaremos financiación de la UE para la reconstrucción de Gaza», sostuvo.
De hecho, esa ayuda para Gaza es una de las medidas que mantiene en su batería la UE a la espera de la aprobación de los Estados miembros en el caso de algunas, como las sanciones contra ministros extremistas del Gobierno de Netanyahu y sobre todo la suspensión parcial del acuerdo comercial con Israel. Queda por ver si con el acuerdo de paz esta hoja de ruta pasa a estar en suspenso.
Con todo, la Unión se ha quedado fuera de las dinámicas en la negociación para la paz en Gaza. La potencia del bloque comunitario está en lo comercial, en la regulación, en la libertad de movimientos, en el mercado único… pero todavía le falta mucho camino para ser un actor geoestratégico importante, aunque la Alta Representante, Kaja Kallas, ya ha pedido que los europeos estén en la mesa para los siguientes pasos del plan elaborado por Trump. No parece, no obstante, que eso vaya a suceder a la vista de los acontecimientos.
Hay tres grandes motivos. El primero es la propia estructura de la UE. En el exterior los encargados de representar a la UE son el presidente del Consejo Europeo, Antonio Costa, o la Alta Representante, Kaja Kallas; no hay una potencia única. Por su propia razón de ser todas las decisiones que se tomen en política externa tienen que pasar el filtro de los Estados miembros. Es decir, 27 países diferentes y 27 formas de ver el mundo con las que muchas veces -como pasa con Gaza- es imposible encontrar el consenso total. Eso resta siempre velocidad y agilidad en la toma decisiones, y muchas veces también credibilidad, con el riesgo real de «doble rasero».
El segundo, la falta de liderazgos potentes. La UE parece figuras con la autoridad moral y política capaces de inspirar un rumbo común. Hay dirigentes con foco, como Ursula von der Leyen, Emmanuel Macron o Antonio Costa o Giorgia Meloni, pero pocos que logren conectar con la ciudadanía más allá del discurso técnico o institucional. Falta, en realidad, capacidad para movilizar, pero también de estar presentes. En general, la UE se percibe más como un conjunto de administraciones coordinadas que como una comunidad con propósito político claro. Esta falta de liderazgo también se refleja en su presencia global: frente a potencias como Estados Unidos, China o Rusia, Europa a veces parece actuar más como observadora que como protagonista, con decisiones lentas y mensajes dispersos que dificultan proyectar una voz común y fuerte en el escenario internacional. No se trata de falta de capacidad, sino de una cierta ausencia de relato, de líderes que puedan traducir la complejidad europea en acciones que repercutan a nivel global.
Y la tercera razón tiene que ver con la forma de entender las relaciones internacionales. Hace tiempo Josep Borrell uso la metáfora del jardín y de la jungla y en Bruselas se viene repitiendo desde entonces que la UE tiene que aprender «el lenguaje del poder duro». Hasta ahora el bloque ha trabajado en base al orden y a las normas, pero ahora, con líderes como Donald Trump o Vladimir Putin el mundo está cambiando hacia un escenario en el que prima la coacción (con los aranceles, por ejemplo). Ahí la Unión no está cómoda porque nunca ha entendido el mundo desde la ruptura, dicen, sino desde los grandes acuerdos, por mucho que estos en realidad lo que hagan sea inclinar el tablero a su favor. Pero eso desde el punto de vista diplomático ya no tiene el mismo efecto.
La presidenta de la Comisión Europea asegura que con el acuerdo de paz «se puede pasar página» en el conflicto.
La UE no ha sido parte en ningún momento de la negociación del acuerdo de paz entre Israel y Hamás que se firma este lunes en Egipto, pero la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha celebrado el paso. «El regreso de los rehenes israelíes es un momento de pura alegría para esas familias y un momento de alivio para el mundo entero. Significa que se puede pasar página. Puede comenzar un nuevo capítulo», ha escrito en redes sociales la dirigente alemana.
«Europa apoya plenamente el plan de paz promovido por Estados Unidos, Qatar, Egipto y Turquía. La finalización del acuerdo que pone fin a la guerra en Sharm el-Sheikh será un hito histórico. Estamos dispuestos a contribuir a su éxito con todas las herramientas a nuestra disposición», añadió, y habló brevemente del papel de la Unión en los siguientes capítulos del proceso. «En particular, prestando apoyo a la gobernanza y a la reforma de la Autoridad Palestina. Seremos una fuerza activa dentro del Grupo de Donantes Palestinos y proporcionaremos financiación de la UE para la reconstrucción de Gaza», sostuvo.
De hecho, esa ayuda para Gaza es una de las medidas que mantiene en su batería la UE a la espera de la aprobación de los Estados miembros en el caso de algunas, como las sanciones contra ministros extremistas del Gobierno de Netanyahu y sobre todo la suspensión parcial del acuerdo comercial con Israel. Queda por ver si con el acuerdo de paz esta hoja de ruta pasa a estar en suspenso.
Con todo, la Unión se ha quedado fuera de las dinámicas en la negociación para la paz en Gaza. La potencia del bloque comunitario está en lo comercial, en la regulación, en la libertad de movimientos, en el mercado único… pero todavía le falta mucho camino para ser un actor geoestratégico importante, aunque la Alta Representante, Kaja Kallas, ya ha pedido que los europeos estén en la mesa para los siguientes pasos del plan elaborado por Trump. No parece, no obstante, que eso vaya a suceder a la vista de los acontecimientos.
Hay tres grandes motivos. El primero es la propia estructura de la UE. En el exterior los encargados de representar a la UE son el presidente del Consejo Europeo, Antonio Costa, o la Alta Representante, Kaja Kallas; no hay una potencia única. Por su propia razón de ser todas las decisiones que se tomen en política externa tienen que pasar el filtro de los Estados miembros. Es decir, 27 países diferentes y 27 formas de ver el mundo con las que muchas veces -como pasa con Gaza- es imposible encontrar el consenso total. Eso resta siempre velocidad y agilidad en la toma decisiones, y muchas veces también credibilidad, con el riesgo real de «doble rasero».
El segundo, la falta de liderazgos potentes. La UE parece figuras con la autoridad moral y política capaces de inspirar un rumbo común. Hay dirigentes con foco, como Ursula von der Leyen, Emmanuel Macron o Antonio Costa o Giorgia Meloni, pero pocos que logren conectar con la ciudadanía más allá del discurso técnico o institucional. Falta, en realidad, capacidad para movilizar, pero también de estar presentes. En general, la UE se percibe más como un conjunto de administraciones coordinadas que como una comunidad con propósito político claro. Esta falta de liderazgo también se refleja en su presencia global: frente a potencias como Estados Unidos, China o Rusia, Europa a veces parece actuar más como observadora que como protagonista, con decisiones lentas y mensajes dispersos que dificultan proyectar una voz común y fuerte en el escenario internacional. No se trata de falta de capacidad, sino de una cierta ausencia de relato, de líderes que puedan traducir la complejidad europea en acciones que repercutan a nivel global.
Y la tercera razón tiene que ver con la forma de entender las relaciones internacionales. Hace tiempo Josep Borrell uso la metáfora del jardín y de la jungla y en Bruselas se viene repitiendo desde entonces que la UE tiene que aprender «el lenguaje del poder duro». Hasta ahora el bloque ha trabajado en base al orden y a las normas, pero ahora, con líderes como Donald Trump o Vladimir Putin el mundo está cambiando hacia un escenario en el que prima la coacción (con los aranceles, por ejemplo). Ahí la Unión no está cómoda porque nunca ha entendido el mundo desde la ruptura, dicen, sino desde los grandes acuerdos, por mucho que estos en realidad lo que hagan sea inclinar el tablero a su favor. Pero eso desde el punto de vista diplomático ya no tiene el mismo efecto.
20MINUTOS.ES – Internacional